martes, 2 de diciembre de 2008

El Greco


El Greco es una de estas películas que le hacen pensar a uno qué hubiera sido de ella si la misma se hubiera beneficiado con algo más de presupuesto. Algo me hace pensar, sin embargo, que no habría sido demasiada la diferencia. Una narración fallida puede condenar al olvido a una buena historia, y a la inversa, una buena narración puede dotar de interés a una historia que en principio resulta poco atractiva. El Greco está a medio camino entre esas dos opciones, la historia es buena, muy interesante a mi parecer, y la narración en cambio en ocasiones encarece de interés al asunto, y en otras consigue matizar la historia con signos visuales que por sí solos hacen que valga la pena aproximarse a la historia propiamente dicha. El momento en el cual el compañero protector de Domenikos Theotokopoulos, el “Greco”, vacía el contenido de su pequeña bolsa, cargada con monedas, sobre el suelo, para poder llenarla con un puñado de tierra, justo antes de abandonar el hogar, la isla de Creta, y dirigirse a Venecia, deja patente con un simple retazo visual, la peculiar añoranza que padecen los isleños que se ven avocados a abandonar el hogar, y para quienes el recuerdo manifiesto de la isla puede resultar más importante incluso que el cargar con un puñado de monedas, de las que prescinden alegremente si deben elegir.
La película de Iannis Smaragdis, compatriota de Domenikos, lleva a las pantallas la novela El pintor de Dios, obra del también griego Dimitris Siatopoulos, y narra en pocos retazos la vida del genial pintor cretense, el “Greco”, centrándose sobre todo en su relación con el inquisidor general Niño de Guevara. La película es una coproducción greco-española, rodada en inglés, griego y castellano, y fue todo un éxito comercial en el país griego. Destaca la labor de Juan Diego Boto en su papel de gran Inquisidor; el actor británico que encarna al Greco, Nick Ashdon, padece de las deficiencias de una dirección más bien floja, quedándose en una correcta interpretación, a veces poco convincente. En general todos los actores se resienten por una narrativa lenta, con pretensiones, y que no llega a expresar plenamente lo que la historia parece querernos contar. El doblaje perpetrado en castellano, cabría decir, le hace un flaco favor a la película.
Es algo muy característico, ya nos van acostumbrando a ello, el que se nos intente colar como superproducción de corte histórica algo que en realidad acaba convirtiéndose en un escasamente riguroso estudio histórico del personaje en cuestión, y con visos panfletarios, en un sintético mostrarnos y no mostrarnos casi caricaturesco, del que sólo nos queda una tópica pincelada de lo que realmente fue la España del Siglo de Oro. Con todo, confieso que la idea parece tener más de lo que pueda desprenderse al visionar la película. Porque cuando Iannis Smaragdis se dedica a narrar lo que Domenikos ve en los rostros de quienes posan para sus lienzos, es cuando uno se da cuenta de que aquello que parece ser el verdadero elemento unificador, el elemento en torno al cual se construye la idea, prometía mucho más, regalándonos a pesar de ello momentos verdaderamente interesantes, como cuando Tiziano aconseja al discípulo no mostrarles toda la verdad a quienes digan querer conocerla a través de los retratos que éste hiciere de sus almas, porque eso es algo que nunca podrán perdonar. Al final, el antagonismo con el antes amigo Niño de Guevara, ahora gran Inquisidor, nos sabe a poco.
Una historia, una idea, un antagonista, que realmente podían dar más de sí, y que se quedan a medio camino. Es sin embargo una película recomendable para quienes estén algo interesados en la vida del pintor griego, pero tampoco esperaría demasiado.

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