sábado, 31 de enero de 2009

Siete almas


Lo reconozco, cuando fui a ver esta película al cine no me sentía especialmente entusiasmado, a pesar de la poca curiosidad que pudiera sentir, porque, para ser sincero, el actor y rapero Will Smith me cae simpático. Ya ves que tontería, porque al fin y al cabo nos pertrechamos con a veces inevitables y lamentables prejuicios sin demasiado fundamento. Más allá de la conocidísima comedia televisiva El príncipe de Bel Air, y que tanto me ha condicionado a mi, que disfrutaba de lo lindo viéndola, el actor estadounidense abordó después una serie de papeles que no hicieron sino reafirmar su fantástica faceta cómica, aunque a mí me molestara a veces, cuando creía que no venía a cuento.
Sin embargo, poquito a poco Will Smith ha ido recorriendo el camino que conduce a la madurez interpretativa, dejando de lado las gracietas cuando estas no vienen a cuento. Me sorprendió en su papel de Muhammad Ali, injustificadamente, porque el papel no daba lugar a la comedia al ser un biopic acerca del famoso boxeador. Y con En busca de la felicidad del director Gabriele Muccino nos demostró que sí podía ser versátil como actor si le daba la gana, y que no había sido algo fortuito. Ahora de nuevo de la mano del director Gabriele Muccino nos recuerda lo bien que puede hacerlo como actor dramático. En la película interpreta a un tal Ben Thomas, un agente del Departamento de Tesorería de los Estados Unidos que guarda un secreto, él debe solucionarles la papeleta a un grupo de individuos cuyo denominador común es la enfermedad, física, económica, o espiritual. Él tiene la opción de redimirse del pasado y hacer uso de su secreto.
Tanto Will Smith como Rosario Dawson, que interpreta a una de los desesperadamente necesitados, Emily Posa, lo hacen muy bien, y su historia aunque algo cursi, le mantiene a uno atento. Lo que pasa es que la fórmula de meter a Smith en un papel dramático funcionó con En busca de la felicidad, porque a fin de cuentas la historia se basaba en hechos reales y la historia era interesante, nos importe o no su mensaje, y ahora con Siete almas la cosa no acaba de funcionar tan bien. Ya lo estoy viendo, Will Smith reunido con su amigo Gabriele Muccino y hablando de su futuro proyecto, algo dramático y con mensaje si puede ser, que hinche los corazones de la gente, que la emocione, y si puede ser llore al final de la misma, aunque el asunto que se traigan entre manos carezca de la credibilidad o trascendencia necesaria. Porque al fin y al cabo los sentimientos mueven a las masas, las que están metidas en las salas de cine con las palomitas; yo me emociono, luego pienso que la película guarda un secreto trascendente, o que realmente me importa. Bueno, no te aconsejo a ti, lector, el que seas, que te lo tomaras muy a pecho, la película en mi opinión, no es del todo mala, porque realmente algunos de los mensajes proyectados a través de la oscuridad son ejemplo para muchos que hacen de sus vidas un continuo y egoísta deambular sin rumbo ni fin. Gabriele Muccino ha construído una película alrededor de la figura de Will Smith, protagonista absoluto, olvidándose de nosostros a lo largo de casi toda la película. La primera hora me pareció aburrida, y la segunda así así, creo que la última media hora es intensa, me gustó, supongo que porque me emocionó, porque me gusta la ética que destila, cargada de buenas intenciones, y porque me cae muy bien el tal Smith, y ni siquiera lo conozco personalmente. Así que ya ves, en el colmo de la subjetividad te recomendaría que priorizaras otras películas antes que esta, y con lo caro que está el asunto imagino que siendo optimista no te diría que no la alquilaras cuando esté disponible en DVD y puedas verla en casa, donde podrás levantarte para mear sin riesgo a perderte nada.

viernes, 30 de enero de 2009

La Semilla del Mal


La Semilla del Mal es el desafortunado título que se le ha adjudicado por estas tierras a esta nueva cinta de supuesto terror recién llegada a nuestras pantallas. Desafortunado porque, en primer lugar, resulta de por sí muy manido e incluso suena a remake, y en segundo lugar, porque su título original The Unborn, le hace mucha más justicia, ya que esta película no debería haber llegado a nacer nunca, como el cansino niño que la protagoniza. Con sólo cuatro obras en su haber, David S. Goyer se consagra como uno más de ese preocupante grupo de directores descafeinados e impersonales que lamentablemente copan con asiduidad nuestras pantallas. En su labor como guionista también fracasa estrepitosamente al firmar una historia sin ningún sentido ni interés, repleta incluso de contradicciones, y poblada por unos personajes insulsos y pueriles. En este aspecto sí que La Semilla del Mal supone una decepción, puesto que frente al papel, Goyer se había mantenido hasta el momento a una altura envidiable, con grandes trabajos en su haber como la injustamente olvidada Dark City, o las más reconocidas Batman Begins y El Caballero Oscuro. Por mucho que uno lo intente buscar, no encontrará en esta película absolutamente nada digno de mención. La historia bebe del ya hace tiempo agotado esquema del terror japonés, absorbiendo y vomitando todos los tópicos y clichés del género, incluyendo fantasmas de niños atormentados, poseídos contorsionistas que de ridículos hacen reír más que causar la más mínima incomodidad, ya no digamos terror, la ya cansina escena del jodido espejo en el baño (sí señores guionistas, ya sabemos que la tercera vez que cierre la puertecita del espejo será cuando se vea al fantasma o asesino en la puerta del baño), una investigación que acaba en un personaje encerrado en un asilo que tiene todas las respuestas, exorcismos donde vuelan objetos de lado a lado, y así podríamos seguir interminablemente. A la insulsa historia se le debe sumar la completa falta de recursos en la dirección de la que hace gala la cinta, que constantemente recurre a las por completo inefectivas subidas de volumen para intentar rescatar al espectador del estado de sopor en el que inevitablemente va cayendo minuto a minuto. Los pocos sustos presentes en la película están además terriblemente mal acabados, puesto que lejos de profundizar en la escena y sus consecuencias, la historia salta instantáneamente a la siguiente secuencia que nada tiene que ver con la anterior, contribuyendo así a la ya absoluta desconexión del espectador. La Semilla del Mal es pues otro ejemplo lamentable de cine de terror ridículo y mediocre, que fracasa por completo a la hora de crear angustia, y que no se salva ni por la presencia de un desaprovechado Gary Oldman ni por los incitantes paseos en ropa interior de Odette Yustman.

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Revolutionary Road (Crítica 2)


Sam Mendes sigue empeñado en mostrarnos la familia desde su perspectiva poco convencional. Recogiendo el testigo de American Beauty, el realizador británico nos vuelve a mostrar su peculiar punto de vista según el cual la familia supone un sacrificio de la individualidad en pos de una existencia colectiva en la que el conjunto familiar reemplaza a esa individualidad como unidad existencial. El sacrificio del yo por el nosotros. ¿Es necesario ese sacrificio? ¿Salimos ganando al realizarlo? ¿Se puede formar una familia sin renunciar a uno mismo? Cada cual tendrá sus propias respuestas a estas preguntas, y Mendes tiene las suyas. Como ya dejara ver en su debut cinematográfico, su posición al respecto es más bien pesimista, pero le atribuye la culpa no al proceso en sí, sino a las personas mismas. Son las personas quienes, consciente o inconscientemente, deciden ceder a un estado de pasividad ante las circunstancias y dejar que éstas les controlen a ellos y no a la inversa. La historia de Revolutionary Road es la historia de una pareja que se pensaba por encima de todas estas cosas y que, por supuesto, se engañaba. Una historia fiel al estilo de su director en la que la tragedia pende en todo momento de un ya desgastado hilo que se sabe va a romperse en cualquier momento. Para representar a la pareja, que copa la práctica totalidad de los planos del film, Mendes escogió a los mediáticos Leonardo DiCaprio y Kate Winslet en lo que a posteriori queda patente que fue una excelente elección. Si de la calidad interpretativa de Kate Winslet ya no teníamos ninguna duda, y en esta película vuelve a deleitarnos con una gran interpretación, la elección de DiCaprio para cargar con el peso de semejante papel era ligeramente arriesgada, puesto que a pesar de haber demostrado sus correctas cualidades, no había llegado a destacar especialmente en ningún papel. Afortunadamente, Mendes ha sido capaz de sacar todo el potencial presente en el actor y éste ha configurado el que es sin duda el mejor papel de toda su carrera. Gracias a las dos excelentes interpretaciones, somos testigos de los continuos vaivenes emocionales de la pareja, alzándonos hasta la más alta ilusión para caer a continuación hasta el pozo más profundo de la desesperación. La soberbia labor de la pareja protagonista se ve acompañada por unos secundarios igualmente inspirados que a pesar de contar con pocos minutos en pantalla, éstos son suficientes para cincelar unos personajes cargados de ingenio entre los que destaca por encima de todos el personaje del trastornado John Givings, interpretado con maestría por Michael Shannon, y que protagoniza los momentos más delirantes a la par que socarronamente sinceros de toda la película y que nos retrotraen al humor negro del que hacía gala la ya mencionada American Beauty. El conjunto de guión e interpretación se ve envuelto de la siempre perfecta dirección de Sam Mendes, que con ya cuatro películas a sus espaldas se consagra como uno de los mejores directores actualmente en activo. La forma de rodar de Mendes sigue fiel a su estilo del todo clásico, donde cualquier detalle está cuidado hasta el exceso, y en el que cada plano es una fotografía perfectamente encuadrada y enfocada, aunque en más de una ocasión el director se toma la libertad de mantener la acción de la escena en un segundo plano desenfocado para centrar nuestra atención en la expresividad de los protagonistas. Revolutionary Road es una de esas películas para disfrutar del cine. Buena historia, buenos personajes, buenas interpretaciones, y buena dirección. Un conjunto envidiable en estos tiempos y que por tanto no se debe dejar pasar por alto.

Ficha IMDB

lunes, 26 de enero de 2009

Revolutionary Road (Crítica 1)


Sam Mendes dirigió en 1999 la agridulce American Beauty, película existencialista preocupada por la búsqueda de la felicidad personal en el seno de una familia de clase media norteamericana. El “éxito” y las “apariencias” se convierten en esta sociedad occidental en puro “becerro de oro” al que hay que idolatrar. De nuevo el director estadounidense nos plantea un drama existencial, adaptando la novela original de Richard Yates, centrado en la vida de un joven matrimonio obsesionado con el llamado “sueño americano”, y que no es otra cosa que la creencia absoluta en la determinación propia, y el esfuerzo personal, como medios para conseguir el objetivo deseado, que suele ser el éxito. La premisa a priori no es mala si el objetivo es acertado, porque da esperanza, y nos habla de una sociedad en la que todos tienen las mismas oportunidades. Pero esta idea parece más una ilusión, hipócrita la mayoría de las veces, y en otras simple y llanamente despiadada, sobre todo, aunque ya no exclusivamente, entre la sociedad estadounidense, obsesionada con el éxito económico. Todo el mundo tiene derecho a buscar la felicidad, y hallar pedazos de ésta es ya un éxito. El espejismo occidental, no sólo el norteamericano, incita a la obtención del éxito, por encima de los demás si es necesario, sobre los vecinos, los amigos, quienes sean, y sobre todo, a la ostentación de éste.
Frank Wheeler, un excelente Leonardo Di Caprio, está casado con April Wheeler, una magnífica Kate Winslet, ambos cansados de la rutinaria vida que llevan deciden embarcarse de lleno en el “sueño americano” cambiando sus vidas radicalmente. La valiente decisión será criticada a sus espaldas por aquellos que envidiosos recelan de las decisiones de los Wheeler, capaces de salirse del camino recto, el más sensato. En realidad da igual si los Wheeler deciden viajar al extranjero, o montar un negocio propio, lo inoportuno de su conducta deviene del mero atrevimiento a intentar hallar la felicidad de un modo tan inusual. Y sin embargo, unos y otros se justifican ciegamente, cuando, buscando el refrendo en los demás, insisten en reafirmar aquellas decisiones que marcaron indefectiblemente el curso de sus vidas en el pasado. Al fin y al cabo todos persiguen “el sueño americano”, unos luchan por conseguirlo, y otros prefieren no arriesgar, y de ese modo no perder. El meollo de la tragedia deviene de manejar conceptos egoístas acerca del éxito, a veces ingenuos, en el caso de los Wheeler, porque tener un hogar y unos hijos que criar parece más una maldición que una bendición, tanto para los que critican a los Wheeler por la afrentosa decisión, como para la misma April Wheeler, tan insatisfecha con la vida que lleva. Al parecer nadie tiene verdadera vocación, ni siquiera Frank Wheeler, cuando confundido le confiesa a su mujer que realmente no sabe qué le gustaría hacer fuera del aburrido trabajo en el que está, porque no sabe hacer nada más. Tal vez April sea la única con algo de vocación, pero las circunstancias llevarán a que ese “sueño americano” sea para ella más una pesadilla que un sueño. El deseo irracional por ser especial y sobresalir, económica y socialmente, envenenan la mente de los vecinos de Revolutionary Road.
El trabajo de Michael Shannon en el papel del hijo perturbado de la Sra. Helen Givings es una gran revelación, y le da la oportunidad al director de poner en boca del “loco” los ocultos temores de los personajes, agitando demonios, y levantando ampollas al revelar las frustraciones disimuladas de cada uno de ellos.
La película no da un respiro, la atmósfera es tensa e intensa. Nada está puesto al azar, nada sobra, una soberbia y “teatral” puesta en escena de la mano de una pareja inolvidable, y que hacen de Revolutionary Road una muy buena película acerca de la falacia occidental, la de una sociedad que tiene en general una estropeada concepción de la felicidad. La película llega en momentos de crisis, y nos habla de un mundo donde las oportunidades no son las mismas para todos, y cuyos motivos exceden a las narcisistas fantasías de una parte de la población convencida de tener aquello que merece. Vivimos en un mundo lleno de miserias y decepciones que nada tienen que ver con las películas de Frank Capra. Hay una América Profunda que no comparte el “sueño americano”, y a ésta no hay que olvidarla.

domingo, 25 de enero de 2009

Peter Jackson,adaptando a Tolkien - 3ª parte


Los films dirigidos por Peter Jackson contaron con un presupuesto de 280 millones de dólares, y el proyecto entero tardó en llevarse a cabo un total de ocho años. Jackson siempre quiso que las películas tuvieran una pátina realista e histórica, alejándose así de un estilo demasiado fantasioso y “falso”; en este sentido las decisiones del director y la extraordinaria labor creativa de los especialistas, diseñadores, dibujantes, y artistas en general, consiguieron provocar sobre los espectadores aquello que Tolkien daba en llamar “creencia secundaria”. La creencia inherente del espectador/lector en la verosimilitud del relato. Más que la “realidad” de un relato, lo que importa es su "verosimilitud", de manera que el espectador/lector pueda dar por válidas las reglas de la historia, y las acepte sin reparo alguno. Sin embargo Jackson no acabó de creerse a Tolkien, y lo llevó por los derroteros de lo que para él debía ser lógico en el relato, apartándose de la visión mítica y desviando literalmente la verdadera esencia de muchos de los personajes. Analizarlo aquí ahora sería exhaustivo. Por otro lado tanto quiso incidir el director en el trasunto “histórico” que olvidó finalmente el elemento evocador de la obra original. Jackson se equivoca al recurrir a la exageración y a la intromisión más descarada cuando no comprende algo. En ocasiones Jackson sintetiza ideas hasta la más de las risibles literalidades (por ejemplo, A Sauron el Señor Oscuro en la novela se le nombra también como el El Ojo de Fuego, o El Ojo Sin Párpado porque con su "mirada" es capaz de abarcar todos sus dominios; Peter Jackson decidió recrear un gigantesco ojo de fuego situado en lo alto de la Torre Oscura en Mordor, a modo de faro, capaz de ver e iluminar a lo lejos)
Tolkien en la carta citada al inicio, decía con respecto al tratamiento de algunos de los personajes: “Se basa en una concepción errada de los Jinetes Negros […] El peligro con que amenazan es casi por entero consecuencia del miedo irracional que inspiran. No tienen gran poder físico […]” De hecho Tolkien insinúa más que muestra, y evoca; él siempre habla de la “presencia del Bien” o de la “presencia del Mal”, como algo intangible, hermoso, y terrorífico, más allá, en las películas, de evidentes y exageradas muestras del Bien (algo torpes a veces) o del Mal (sobre todo) Como si del paisajista impresionista Joseph William Turner se tratara, Tolkien da forma a la historia a través del “espejo del mito”, evocándonos o recordándonos ese algo que no podemos explicar, pero que podemos “percibir”. Peter Jackson no nos lo permite, la obra es demasiado obvia, e incluso demasiado irregular en ocasiones, alternando situaciones y diálogos ridículos con momentos y diálogos verdaderamente dramáticos. Lo cual, irónicamente, arruina la “creencia secundaria” de la que antes hablaba.

“En el cine no se intenta fotografiar la realidad, sino fotografiar la fotografía de la realidad” decía…Kubrick, quién sino.

Peter Jackson,adaptando a Tolkien - 2ª parte


Al profesor y escritor J.R.R.Tolkien se le ha tildado siempre de escritor de “literatura fantástica”, lo que es lo mismo que decir “juvenil”, cuando no “infantil”. Un género de evasión conduce al mero entretenimiento, y para nada a la reflexión. La crítica literaria, y todos sus detractores, incluso aquellos que hablan de oídas, han vapuleado sin piedad al escritor inglés, y lo han relegado a las estanterías donde lo que predomina es la literatura “poco seria”, obligándola a convivir con todo género de dragones y elfos a lo World of warcraft. Para la “comunidad literaria” esta clase de literatura juvenil distrae al lector de tareas intelectuales más enriquecedoras. Y por ello resulta injusto que aún hoy día Tolkien no pueda ocupar el sitio que de verdad le corresponde dentro de la gran literatura. Ahora, gracias a la adaptación cinematográfica de Peter Jackson la obra parece indefectiblemente condenada a ser considerada como “literatura poco seria”.
En palabras de Eduardo Segura, doctor en Filología inglesa y experto en la obra de Tolkien, eso significa hablar de Tolkien como un “urdidor de engaños que la razón debe combatir como demonios o entelequias que distraen al ser humano del verdadero conocimiento”. Esta poca “seriedad” ha traído consigo el inevitable sanbenito de asociar a esa pléyade de individuos comúnmente llamados “freaks” con la obra El Señor de los Anillos. Ser considerado un freak no es necesariamente despectivo, aunque se utilice peyorativamente por algunas personas, sobre todo si ello significa ser alguien que simple y llanamente se apasiona por un tema, pero el caso es que el freak más extremo lleva la afición a sus máximas y no deseadas consecuencias, convirtiendo el interés en un estilo de vida. Al respecto me viene a la memoria una anécdota que no tiene desperdicio, la de un empedernido jugador de rol que aseguraba sin rubor alguno que él, en el caso de poder retroceder lo suficiente en el tiempo, sería sin género de duda un guerrero aventajado, entre otras cosas por las muchas vacunas que se había inyectado desde su más tierna infancia, haciéndolo menos vulnerable a las enfermedades, por poseer además vastos conocimientos en el arte de la guerra, consecuencia de la asidua participación en juegos de rol en vivo. El freak en cuestión es un hombre de treinta y tantos años, grande y rollizo pero flojucho, e incapaz de brincar un buen rato con una espada de poliespán en la mano. Un legionario romano debía cargar sus pertrechos de guerra: puñal, espada, escudo y lanza, grandes bolsas impermeables de cuero con ropa de recambio, amuletos, recuerdos, y comida para dos o tres días, botas de cuero llenas de agua; además cada unidad debía cargar en ocasiones pilotes, la tela de las tiendas y estacas. Todo ello podía suponer cargar con un total aproximado de treinta kilos de peso en caminatas diarias de hasta veinte kilómetros, cuando no más, y luego estos mismos legionarios debían ser capaces de combatir durante horas. Esto sólo nos da una leve idea del mar de irrealidades y concepciones del todo preocupantes en las que se hallan sumidos algunos de los extremistas que campan a sus anchas por un mundo imaginario, y esto nos da una idea también de la cruz que deben cargar algunos de los amantes de la obra literaria del profesor Tolkien ante asociaciones tan bufas.
La tarea que Tolkien emprendió fue la de la creación de una mitología, posicionándose como creador absoluto, imaginando mundos con apariencia de realidad, pero cuyo sustrato principal iba a ser puramente humano y reconocible. Tolkien separa lo “meramente real” y por ende empíricamente comprobable, y lo “metafísicamente verdadero” que responde a anhelos e inquietudes más profundos en el ser humano. De manera que la fantasía que destila Tolkien no es una “mentira”, sino que halla su pleno sentido en la reflexión que se deriva de la épica del relato mismo, un reflejo de la “verdad” que novelas aparentemente más realistas no consiguen. El mito es el “espejo” a través del cual percibimos una Verdad que va más allá de la propia realidad, aunque se esconda en la veracidad de un mundo imaginado. Tolkien hablaba de “la pugna por evadir la muerte y el olvido”

Peter Jackson,adaptando a Tolkien - 1ª parte


“Estoy absolutamente en contra de la adaptación a la pantalla de grandes novelas, sobre todo de las que me han gustado especialmente. Esta es la razón por la cual, cuando estoy buscando un tema y abordo una novela, no quiero considerar más que obras que, literalmente, no estén demasiado logradas"; "[...]Hay pocos buenos libros, y los buenos son difíciles de adaptar sin echarlos a perder. Por lo tanto, encontrar una buena historia que dé como resultado un buen film, es realmente un milagro. Cuando se produce este milagro, hago un film.”
Stanley Kubrick hablaba de este modo acerca de las adaptaciones cinematográficas al periodista Raymond Haine, en una entrevista concedida para Cahiers du Cinema, en julio del 57, y a Michèle Halberstadt para Première en octubre del 87. Estas reflexiones personales del director Stanley Kubrick nos recuerda la gran cantidad de catastróficas y endebles adaptaciones al celuloide que la industria cinematográfica ha llevado a cabo durante años. ¿Es posible realmente plasmar y transcribir fielmente el espíritu de una “gran novela”? Generalmente las obras encuadradas en la categoría de literatura seria resultan demasiado extensas o complejas como para poder ser transcritas en su totalidad a un medio temporalmente limitado. Porque en verdad hay excelentes películas que son fruto de la adaptación de novelas consideradas menores, incluso mediocres. Pero a nadie le importa si una novela mediocre tiene una adaptación mediocre, con la salvedad del propio escritor. El peligro sin embargo está en adaptar novelas de gran calado, que no pueden evitar la comparación. No ser capaz de discernir lo esencial en la novela, perdiendo de vista la intención principal del escritor original, puede echar al traste la bienintencionada tarea del más esforzado de los directores. Las imprecisiones pueden llegar a enmarañar la trama con acciones secundarias que poco aporten a la historia que realmente nos importa. Eso en el caso de que el guionista sepa cuál es la verdadera esencia que da vida a la novela. Está claro que para que “obre el milagro” lo que se quiere narrar y el modo en que se quiere narrar deben ir de la mano en perfecta conjunción. Esto mismo es aplicable a cualquier clase de narración sea el medio que sea.
Al respecto sólo me interesa ahora opinar acerca de la titánica labor del director neozelandés Peter Jackson adaptando la épica literaria de J.R.R. Tolkien El Señor de los Anillos. Como curiosidad anotaré que a Stanley Kubrick le fue ofrecida la dirección de la adaptación cinematográfica de la obra cuando ésta iba a ser protagonizada por los Beatles en el año 67, pero éste rechazó la oportunidad de cargar con el proyecto, y no porque considerara que El Señor de los Anillos fuera una gran novela, sino porque simple y llanamente no se había leído el libro, y además en aquellos momentos se hallaba inmerso en el frustrado proyecto sobre la vida de Napoleón. Pero, ¿es realmente El Señor de los Anillos una “gran novela”? Si lo es, ¿ha sido la adaptación cinematográfica de Peter Jackson realmente fiel al original? ¿Se obró “el milagro” del que habla Kubrick?
Tolkien habla en una carta de junio del 68 dirigida a Forrest J. Ackerman del tratamiento cinematográfico de El Señor de los Anillos, cuando se estaba barajando la posibilidad de una adaptación cinematográfica : “Los cánones del arte narrativo en cualquier medio no pueden ser del todo diferentes; y el fracaso de las malas películas consiste a menudo precisamente en la exageración y en la intromisión de material impropio, que son consecuencia de no percibir dónde se encuentra el meollo del original […] El Señor de los Anillos no puede ser manoseado de ese modo.” En opinión de quien firma esto, en conjunto la adaptación de El Señor de los Anillos no ha sido completamente fiel al original, aunque se nos haya repetido hasta la saciedad lo contrario, e incluso ha sido del todo desafortunada en repetidas ocasiones. Peter Jackson rodó tres películas para poder contarnos la historia, con todo la primera de las tres podría decirse que ha sido la más fiel, y en mi opinión la mejor. La Comunidad del Anillo es una gran película a pesar de todo. Sin embargo El Señor de los Anillos es una novela limítrofe cuya lectura da pie a muy distintas percepciones, y que responden a la sensibilidad del lector, de modo que ésta se pueda disfrutar a diferentes niveles, de mayor a menor profundidad; yo diría que una lectura superficial encuadraría a la novela dentro de la llamada “literatura poco seria”, y así es como la enfocó Peter Jackson.

domingo, 18 de enero de 2009

Mi nombre es Harvey Milk


La ciudad de San Francisco es hoy día considerada como la más liberal dentro de los Estados Unidos, sino lo es del mundo entero, donde artistas y bohemios pasean a sus anchas, y donde la comunidad gay goza de una enorme tolerancia. Esto es debido sobre todo al movimiento hippie a mediados de los años 60, con la revolución contracultural, inconformista y rebelde con el establishment. Pero en los años 70 el pensamiento conservador acosaba aún a la creciente comunidad gay, y líderes como Harvey Milk combatían políticamente y con ferocidad contra los movimientos antigays.
El director Gus Van Sant recrea a través de la vida del político y activista homosexual Harvey Milk, esos primeros años en la ciudad de San Francisco donde la contracultura gay comenzaba a dar la cara enfrentándose a la brutal incomprensión de los más intolerantes frente a la homosexualidad. La película nos habla más que de la propia aversión de las comunidades cristianas fundamentalistas, sobre todo aunque no exclusivamente, hacia los homosexuales, de la incomprensible persecución y restricción de los derechos individuales, de quienes sean. Harvey Milk consiguió que muchas personas modificaran sus arcaicos convencionalismos en pro de ideas tan obvias como pueda ser el hecho de que los gays sí pueden tener éxito y llevar una vida honesta, e incluso una carrera en la política. Para entender esto hay que comprender que el éxito para muchos americanos va de la mano de la más impoluta correción moral, la suya. Esta gran batalla con la que aún hoy día hay que lidiar, la de aceptar a los homosexuales como individuos completamente normales, es la que ganó Milk en San Francisco en esos turbulentos años de la contracultura donde había que abandonar radicalmente algunos desfasados conceptos sociales. Harvey Milk se presentó en repetidas ocasiones a concejal de la ciudad, hasta que ganó en 1977, cuando tuvo que combatir contra una denigrante iniciativa antigay. El aspirante a gobernador de California John Briggs, claro representante republicano que se erige como estandarte de la moral cristiana más recalcitrante para así conseguir votos, redactó una ley que prohibía la docencia a profesores y profesoras gays y lesbianas respectivamente. En Miami un grupo llamado “Save Our Children”, propiciada por la retrógrada Anita Briant afirmaba sin reparo alguno que ordenanzas que ilegalizaran la discriminación por orientación sexual infringían el derecho de los padres a enseñar a sus hijos “moralidad bíblica”, acusando a estos de pederastas.
Desde luego el actor Sean Penn borda el papel protagonista, puede que le haya ayudado el hecho de ser una persona manifiestamente antirrepublicana. Sus exaltadas arengas tienen fuerza, porque cree en su personaje, y en su discurso. El actor Josh Brolin parece estar encontrando papeles a la altura de su talento últimamente, encarnando esta vez a otro concejal, Dan White, un político pusilánime incapaz de “salir del armario”, y cuya mezquindad será determinante para la carrera política de Milk.
Gus Van Sant intenta combinar el tono documental, mostrándonos imágenes de archivo reales de cuando en cuando, y un montaje rápido, para narrarnos la ajetreada vida política de Milk, y un tono más intimista y pausado para hablarnos de la vida privada de éste y cómo ésta se ve afectada por la primera. En ocasiones la carrera política de Milk resulta confusa, que no su mensaje, y que al cabo parece ser lo que de verdad importa. El fondo en esta ocasión resulta lo suficientemente interesante como para pasar por alto esa en ocasiones comedida mirada del director.
La película es altamente recomendable, sobre todo en estos días en los que la lucha por los derechos más evidentes sigue siendo cuestionable, especialmente por aquellos que dentro de la Iglesia Católica hacen alarde de intolerancia al esgrimir insólitas invenciones morales. Y es que no es raro aún hoy día encontrarse con individuos que recelen de la homosexualidad, y desgraciadamente no sólo en el seno de la Iglesia, o cualquier otra institución o creencia del estilo, sino entre cualquiera que se haya criado en un entorno homófobo, por desgracia algo para nada excepcional.

domingo, 11 de enero de 2009

El Hijo de Rambow (Son of Rambow)


Todos hemos tenido de niños un héroe que hacía volar nuestra imaginación. Soñabamos con grandes aventuras surcando peligros y enfrentándonos a villanos y monstruos de todo tipo, llenando cuadernos y hojas con dibujitos y caricaturas. Un día podíamos imitar a superman vestidos con una capa roja y al día siguiente ser como el Barón Rojo pilotando un enorme avión de guerra, corriendo por la casa con los brazos abiertos e imitando el característico sonido del "Ra-ta-ta-ta-ta!!".
Ambientada en la Inglaterra de los años 80, en una época en la que el VHS era toda una alta tecnología, las películas de los cines empezaban tras una apertura de cortinas y la gente canturreaba los grandes éxitos de The Cure o Duran Duran, El Hijo de Rambow nos cuenta la história de Will Proudfoot (Bill Milner), un niño criado desde su nacer en un estricto ambiente religioso de un modesto pueblo inglés, en el cual le está prohibido placeres como la música y las diversiones como la televisión, para así seguir el recto camino del buen cristiano. Pero su puritana vida se tambalea cuando conoce a un chico llamado Lee Carter (Will Poulter), un jovencito con una fama muy reconocida por su gran rebeldía, que realiza un cortometraje con la cámara de su hermano mayor para presentarla a un concurso de jovenes talentos para la televisión. Es cuando Will descubre a su héroe de la infancia, el más famoso de los mercenarios del celuloide, el inigualable: ¡Rambo!. Juntos, iniciarán una gran amistad que les enseñará el camino hacia la madurez llena de aventuras y variopintos personajes.
Quizás el nombre del director, Garth Jennings, no les suene de mucho a primera vista, pero si són aficionados a la ciencia-ficción, tal vez recuerden una comédia galáctica que se estrenó (aunque de forma "discreta") no hace mucho en los cines de nuestro país que contaba la história de un humano y un extraterrestre que con la ayuda de una guía espacial, buscaban la respuesta al sentido de la vida y del universo de una forma cómica e irónica. Así es, el director de "Guía del Autoestopista Galáctico" ha cambiado de género presentandonos una comédia sobre la amistad pero sin dejar a un lado su lado más fantasioso que le caracteriza.
Una muy entretenida comédia que gustará al público en general ya que en el fondo, se trata de un melodrama protagonizado por niños que prentende enseñarnos la importancia de la amistad, el valor de la família indiferentemente del ambiente en el que crezcamos y la honradez de ser uno mismo en una realidad en el que la apariencia, prevalece sobre la verdad. Todo con un agradable ritmo narrativo entremezclando momentos graciosos y dramáticos, sin avorrecer en ningún momento.
El punto amargo es que es de esas películas que a los pocos minutos de su final, volará lejos de nuestro recuerdo ya que peca de no tener nada especial al ser un argumento que aunque funcional, es muy simple. Pero si que se ha de elogiar la gran interpretación de la joven pareja protagonista por ser su primera incursión en la gran pantalla, habiendo trabajado antes en alguna serie de televisión. Sin duda lo mejor del film, que les hará pasar un buen rato durante su hora y media de duración.
Lo Mejor: La interpretación de niños imitando a adultos con la peculiar y cómica visión del director. La moraleja de la história. Y por supuesto, el gran homenaje a Sylvester Stallone.
Lo Peor: Que como muchas otras, sea de esas películas que llegan a muy pocos cines y de ser así, las proyectan en las salas más escondidas.

viernes, 9 de enero de 2009

Por los Fisher. Descansen en paz. (Sentimentos e impresiones del final de A Dos Metros Bajo Tierra)


Nota: En el siguiente artículo comento mis impresiones sobre el final de la serie A Dos Metros Bajo Tierra (Six Feet Under). A pesar de que no contiene spoilers importantes, sí que comento algunas escenas (sin nombrar ningún personaje concreto) y sobretodo hablo de los sentimientos que me despertó dicho final. Por tanto, si estáis viendo la serie o la pensáis ver (si no la pensáis ver ya os aviso que os perderéis la mejor serie de televisión de la historia y vuestra vida no será lo plena que podría haber llegado a ser en caso de haber visto esta serie, haced lo que creáis) y queréis llegar por completo vírgenes al final, quizá no deberíais leer este artículo, y dejarlo para cuando hayáis completado la serie. Si no os importa tener alguna pista (aunque nunca datos concretos) sobre qué tono tiene el final, creo que podéis seguir leyendo tranquilamente. Este gran final es algo que debe vivir en persona cada uno, así que nada más lejos de mi intención el chafarlo. Y tranquilos, el mismo título del artículo y sus útlimas frases no son spoiler, sino que hacen referencia a la "defunción" de la serie en sí misma. Bueno, decidid si seguir leyendo.



Por los Fisher. Descansen en paz.

“Que descanse en paz”. Fundido en blanco. Fin. Tras 63 episodios y alrededor de nada menos que 50 horas de duración concluye la que sin ningún tipo de complejo debe ser declarada como la mejor serie de televisión de la historia, A Dos Metros Bajo Tierra (Six Feet Under). Sin duda un final excelente para una serie igualmente excelente. A lo largo de todos esos episodios hemos acompañado a la familia Fisher a través de su viaje personal por la vida, hemos estado con ellos siempre que han sufrido, pero también en sus celebraciones. Pero toda historia tiene su final, y por mucho que nos duela aceptarlo, ésta también. Desde el momento en que comienza el capítulo (con un comienzo que finalmente rompe voluntariamente la regla establecida desde el mismísimo primer episodio), no se puede dejar de pensar que estás acompañando a los Fisher por última vez, que todo lo que te queda por saber de ellos te lo van a contar en los próximos minutos, y por supuesto eso hace que todo el capítulo en sí sea tremendamente agridulce. Transcurren los minutos mientras degustamos lentamente cada uno de estos últimos momentos, mientras se sientan las bases de cómo quedarán las cosas al acabar por fin la serie. Y llegamos al final. Un excelente plano secuencia nos conduce por toda la casa Fisher, mostrándonos cuánto han cambiado las cosas desde esos primeros días que pasamos junto a la familia. Una escena que supone un auténtico canto de esperanza al futuro. Pero todavía queda un demonio por exorcizar. Los Fisher tienen una espina clavada en la garganta que debe ser finalmente tragada para poder avanzar con esperanza hacia ese porvenir que les espera. Una última reunión por los viejos tiempos a punto de acabar. Una última cena. Una última frase. “Que descanse en paz”. Atrás queda el pasado. Fundido en blanco. Fin. Un final excelente para una serie excelente.

Durante unos breves segundos, que sin embargo transcurren endiabladamente lentos, asimilamos todo lo que hemos visto y nos disponemos a incorporarnos en el sofá. Y es ahí cuando Alan Ball, creador y principal guionista de la serie, se apodera del más duro de los bates y nos golpea en todo el estómago. Nos inclinamos de dolor y aprovecha para batearnos la cabeza. Caemos al suelo y aprovecha para patearnos el estómago. Y ahí, indefensos, sin nada a lo que aferrarnos, nos abandona con su macabra sonrisa. Mientras le vemos alejarse lentamente no podemos dejar de preguntarnos: “¿Por qué? ¿Por qué has hecho esto? ¡Tenías un final excelente! ¿Por qué no te paraste ahí?”. ¿Por qué? Pues simplemente porque este hombre no se conformaba con un final excelente. No. Este hombre quería cerrar su serie con el mejor final, no ya de la historia de la televisión, sino superando incluso cualquier final que hayamos podido ver en pantalla grande. Y es que esos últimos 5 minutos, históricos, sólo pueden considerarse como el mejor regalo para todos aquellos que hemos compartido tantos y tan buenos momentos con la familia Fisher. Un regalo duro, muy duro, sí, pero imprescindible y, sobretodo, merecido. Cuando empieza este maravilloso epílogo, lo recibes con una inocente sonrisa, sin apenas darte cuenta de qué significa realmente. Una sonrisa cuya única función es tratar de contener esas lágrimas que luchan por salir. Las imágenes se suceden rápidamente, sin tiempo para pensar en lo que estás viendo, y de repente lo comprendes. La sonrisa desaparece, el último bastión cae, las lágrimas son finalmente libres. Y todo acaba. Definitivamente. Pero no puedes alejar esas últimas imágenes de tu mente. Vuelven y vuelven, una y otra vez, mientras sigues oyendo esa música melancólica. Y cada vez que vuelven de nuevo, adquieren un mayor sentido. Cada vez que vuelven son un poco menos tristes, hasta que alcanzan su verdadero valor. Es un final feliz. El final más decididamente feliz con el que pudiéramos haber soñado. Pero entonces, ¿Por qué cada vez que lo volvemos a ver (porque, oh sí, lo volvemos a ver, ¡vaya si lo volvemos a ver! Y no sólo una vez) caemos de nuevo en la trampa y cedemos a las lágrimas? ¿Por qué sólo de recordarlo se nos acelera el corazón, se nos forma el nudo en la garganta y debemos luchar por contenernos? Ahí radica la grandeza de este final, la grandeza de esta serie. A lo largo de toda la serie, un mensaje resulta evidente. Podemos, debemos, aceptar y asimilar la muerte. Debemos ser conscientes de su presencia, incluso de su proximidad. En cualquier momento caeremos, y si no somos nosotros primero, será el de al lado. Algunos consiguen aceptarla, otros no. Pero aún habiéndola aceptado, en cuanto golpea es inevitable sentir dolor, innecesario evitarlo. De quien se ha ido, quedan todos los recuerdos. Para quien queda, el camino continúa. El coche debe arrancar de nuevo, volver a la carretera, y dirigirse a su próximo destino. Durante los maravillosos 63 capítulos se nos había lanzado este mensaje, y habíamos sido testigos de cómo los diferentes personajes hacían frente a la muerte. Pero al final, los protagonistas somos nosotros. A nosotros es a quién se le pregunta directamente. Casi como si asistiéramos al colegio, los últimos cinco minutos son un examen de lo que hemos aprendido. ¿Estamos preparados para la llegada de la muerte? Me ha quedado claro que no, yo nunca lo estaré. ¿Podemos finalmente aceptarla? Sí, por supuesto que podemos. Y debemos hacerlo.

Como los Fisher en su cena de despedida de los viejos tiempos, yo también debo tragarme esta espina que se me atraganta para poder continuar el camino. Como ellos, voy a brindar. Por Nate. Por Ruth. Por Keith. Por David. Por Brenda. Por Claire. Por los Fisher. Descansen en paz.

jueves, 8 de enero de 2009

Australia

Con aires de superproducción de los años ’50 llega a nuestras pantallas la nueva película de Baz Luhrmann, el controvertido director de Romeo + Julieta y Moulin Rouge. Lo mejor que se puede decir de Australia es que en sus casi tres horas de duración no llega a hacerse cansada, aun tratándose de una historia hasta cierto punto ya manida y que no llega a sorprender en ningún momento. La clara división de la película en actos marcadamente diferenciados ayuda a mantener al espectador entretenido y pendiente de la historia que transcurre en pantalla. Tras un comienzo ciertamente desesperanzador, plagado de situaciones desenfadadas ajenas al tipo de producto que se presumía, la cinta logra encauzar rápidamente el rumbo pretendido y a medida que transcurre la historia ésta se va oscureciendo y dejando atrás las notas más humorísticas de los primeros compases. Sin embargo, el problema radica en que lamentablemente Luhrmann se muestra incapaz de conectar emotivamente con el espectador y aún haciéndonos testigos de desastres como el bombardeo de una ciudad o de una misión plagada de niños, por imposible que parezca no logra emocionarnos por lo reticente que se muestra el realizador a mostrarnos la verdadera dimensión de la tragedia. Así, tanto este esperado tramo final anunciado desde los mismos comienzos de la película como los diferentes episodios dramáticos que van aconteciendo a lo largo de la historia fallan completamente a la hora de despertar los supuestamente pretendidos sentimientos de angustia o tristeza. La presencia de unos personajes absolutamente planos y carentes de interés, propios de una desfasada visión maniquea de la condición humana, no ayudan tampoco a que nos sintamos en ningún momento identificados con los protagonistas y contribuyen a mantenernos en todo momento alejados emocionalmente de lo que estamos viendo. Por tanto, Australia debe ser vista no como un producto serio sobre la guerra o el racismo (temas que se tratan de forma directa en la película) sino como una entretenida película romántica de aventuras, con el agradable y colorido estilo visual tan propio de Luhrmann, y con las siempre correctas interpretaciones de Nicole Kidman y un Hugh Jackman en clara trayectoria ascendente. Con todas sus deficiencias, es sin duda un producto más que recomendable para pasar una distendida tarde de estas fiestas navideñas.

lunes, 5 de enero de 2009

RocknRolla


Rápida y fugazmente os olvidaréis de esta película dirigida por el ex de Madonna, Guy Ritchie. Sí, ya sé que parece lamentable que uno se acuerde de este señor por ser el ex de la famosa reina del pop, pero es que aparte de Snatch. Cerdos y diamantes, servidor apenas sabe nada más, y ésta tampoco la vi en su momento. El escaso interés que siento ahora por el director se debe principalmente a que en estos momentos se encuentra rodando la para mí esperada Sherlock Holmes, con Robert Downey Junior en el papel del detective. No sabría decir qué se puede esperar, la elección de Downey Junior aunque extraña no me disgusta en absoluto, y la elección de Guy Ritchie tras ver RocknRolla me deja indiferente. RocknRolla es una película divertida y entretenida, hay que reconocerlo, pero al cabo de poco tiempo la misma idea de la película se difumina y acaba por evaporarse. La historia gira en torno a unos mafiosos que luchan por ocupar su particular reinado de corrupción en Londres, comprando terrenos ilegalmente y moviendo dinero de un sitio a otro, dinero que por supuesto desea cualquier criminal que se precie en la ciudad, desde políticos corruptos a ladrones sin la mayor importancia. Parece ser que el director se mueve bien por los terrenos del humor negro, de la violencia canalla, los chistes cargados de insultos, y los robos perpetrados esta vez en el submundo londinense, a través de efectistas movimientos de cámara, y donde su particular mitología de yonkis, asesinos sin escrúpulos, y corruptos trajeados se pasean y delinquen a sus anchas. Gerald Butler da vida a "Uno Dos", un ladrón de poca monta que parece llevarnos de la mano por los caminos de la perdición suburbial de Londres. Butler consigue arrancarnos unas cuantas sonrisas mostrándonos su faceta cómica, apartándose de su ya icónica imagen de Leónidas en la película 300, y de la que se aprovecha Ritchie. El también espléndido Tom Wilkinson da vida a un mandamás del crimen organizado que decide dejar de lado las drogas para invertir esta vez en el sector inmobiliario, su espléndido trabajo beneficia mucho a esta irregular producción. Y es que narrativamente la película resulta algo desigual, con un muy buen comienzo y con momentos en donde lo narrado apenas tiene importancia. Un conjuto de set pieces, que componen el mural de historias paralelas, destinadas a converger en el definitivo acto de violencia a través del cual se supone el puzle acabará por solucionarse.
La fórmula de Guy Ritchie, sobre todo para quien ve por vez primera una película del director, funciona, en general resulta muy entretenida, aunque a veces parezca que los personajes deban adoptar una fingida pose para poder rellenar el lienzo de ocurrencias y tópicos que conforman esta historia de casi dos horas de duración.