domingo, 18 de enero de 2009

Mi nombre es Harvey Milk


La ciudad de San Francisco es hoy día considerada como la más liberal dentro de los Estados Unidos, sino lo es del mundo entero, donde artistas y bohemios pasean a sus anchas, y donde la comunidad gay goza de una enorme tolerancia. Esto es debido sobre todo al movimiento hippie a mediados de los años 60, con la revolución contracultural, inconformista y rebelde con el establishment. Pero en los años 70 el pensamiento conservador acosaba aún a la creciente comunidad gay, y líderes como Harvey Milk combatían políticamente y con ferocidad contra los movimientos antigays.
El director Gus Van Sant recrea a través de la vida del político y activista homosexual Harvey Milk, esos primeros años en la ciudad de San Francisco donde la contracultura gay comenzaba a dar la cara enfrentándose a la brutal incomprensión de los más intolerantes frente a la homosexualidad. La película nos habla más que de la propia aversión de las comunidades cristianas fundamentalistas, sobre todo aunque no exclusivamente, hacia los homosexuales, de la incomprensible persecución y restricción de los derechos individuales, de quienes sean. Harvey Milk consiguió que muchas personas modificaran sus arcaicos convencionalismos en pro de ideas tan obvias como pueda ser el hecho de que los gays sí pueden tener éxito y llevar una vida honesta, e incluso una carrera en la política. Para entender esto hay que comprender que el éxito para muchos americanos va de la mano de la más impoluta correción moral, la suya. Esta gran batalla con la que aún hoy día hay que lidiar, la de aceptar a los homosexuales como individuos completamente normales, es la que ganó Milk en San Francisco en esos turbulentos años de la contracultura donde había que abandonar radicalmente algunos desfasados conceptos sociales. Harvey Milk se presentó en repetidas ocasiones a concejal de la ciudad, hasta que ganó en 1977, cuando tuvo que combatir contra una denigrante iniciativa antigay. El aspirante a gobernador de California John Briggs, claro representante republicano que se erige como estandarte de la moral cristiana más recalcitrante para así conseguir votos, redactó una ley que prohibía la docencia a profesores y profesoras gays y lesbianas respectivamente. En Miami un grupo llamado “Save Our Children”, propiciada por la retrógrada Anita Briant afirmaba sin reparo alguno que ordenanzas que ilegalizaran la discriminación por orientación sexual infringían el derecho de los padres a enseñar a sus hijos “moralidad bíblica”, acusando a estos de pederastas.
Desde luego el actor Sean Penn borda el papel protagonista, puede que le haya ayudado el hecho de ser una persona manifiestamente antirrepublicana. Sus exaltadas arengas tienen fuerza, porque cree en su personaje, y en su discurso. El actor Josh Brolin parece estar encontrando papeles a la altura de su talento últimamente, encarnando esta vez a otro concejal, Dan White, un político pusilánime incapaz de “salir del armario”, y cuya mezquindad será determinante para la carrera política de Milk.
Gus Van Sant intenta combinar el tono documental, mostrándonos imágenes de archivo reales de cuando en cuando, y un montaje rápido, para narrarnos la ajetreada vida política de Milk, y un tono más intimista y pausado para hablarnos de la vida privada de éste y cómo ésta se ve afectada por la primera. En ocasiones la carrera política de Milk resulta confusa, que no su mensaje, y que al cabo parece ser lo que de verdad importa. El fondo en esta ocasión resulta lo suficientemente interesante como para pasar por alto esa en ocasiones comedida mirada del director.
La película es altamente recomendable, sobre todo en estos días en los que la lucha por los derechos más evidentes sigue siendo cuestionable, especialmente por aquellos que dentro de la Iglesia Católica hacen alarde de intolerancia al esgrimir insólitas invenciones morales. Y es que no es raro aún hoy día encontrarse con individuos que recelen de la homosexualidad, y desgraciadamente no sólo en el seno de la Iglesia, o cualquier otra institución o creencia del estilo, sino entre cualquiera que se haya criado en un entorno homófobo, por desgracia algo para nada excepcional.

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