viernes, 9 de enero de 2009

Por los Fisher. Descansen en paz. (Sentimentos e impresiones del final de A Dos Metros Bajo Tierra)


Nota: En el siguiente artículo comento mis impresiones sobre el final de la serie A Dos Metros Bajo Tierra (Six Feet Under). A pesar de que no contiene spoilers importantes, sí que comento algunas escenas (sin nombrar ningún personaje concreto) y sobretodo hablo de los sentimientos que me despertó dicho final. Por tanto, si estáis viendo la serie o la pensáis ver (si no la pensáis ver ya os aviso que os perderéis la mejor serie de televisión de la historia y vuestra vida no será lo plena que podría haber llegado a ser en caso de haber visto esta serie, haced lo que creáis) y queréis llegar por completo vírgenes al final, quizá no deberíais leer este artículo, y dejarlo para cuando hayáis completado la serie. Si no os importa tener alguna pista (aunque nunca datos concretos) sobre qué tono tiene el final, creo que podéis seguir leyendo tranquilamente. Este gran final es algo que debe vivir en persona cada uno, así que nada más lejos de mi intención el chafarlo. Y tranquilos, el mismo título del artículo y sus útlimas frases no son spoiler, sino que hacen referencia a la "defunción" de la serie en sí misma. Bueno, decidid si seguir leyendo.



Por los Fisher. Descansen en paz.

“Que descanse en paz”. Fundido en blanco. Fin. Tras 63 episodios y alrededor de nada menos que 50 horas de duración concluye la que sin ningún tipo de complejo debe ser declarada como la mejor serie de televisión de la historia, A Dos Metros Bajo Tierra (Six Feet Under). Sin duda un final excelente para una serie igualmente excelente. A lo largo de todos esos episodios hemos acompañado a la familia Fisher a través de su viaje personal por la vida, hemos estado con ellos siempre que han sufrido, pero también en sus celebraciones. Pero toda historia tiene su final, y por mucho que nos duela aceptarlo, ésta también. Desde el momento en que comienza el capítulo (con un comienzo que finalmente rompe voluntariamente la regla establecida desde el mismísimo primer episodio), no se puede dejar de pensar que estás acompañando a los Fisher por última vez, que todo lo que te queda por saber de ellos te lo van a contar en los próximos minutos, y por supuesto eso hace que todo el capítulo en sí sea tremendamente agridulce. Transcurren los minutos mientras degustamos lentamente cada uno de estos últimos momentos, mientras se sientan las bases de cómo quedarán las cosas al acabar por fin la serie. Y llegamos al final. Un excelente plano secuencia nos conduce por toda la casa Fisher, mostrándonos cuánto han cambiado las cosas desde esos primeros días que pasamos junto a la familia. Una escena que supone un auténtico canto de esperanza al futuro. Pero todavía queda un demonio por exorcizar. Los Fisher tienen una espina clavada en la garganta que debe ser finalmente tragada para poder avanzar con esperanza hacia ese porvenir que les espera. Una última reunión por los viejos tiempos a punto de acabar. Una última cena. Una última frase. “Que descanse en paz”. Atrás queda el pasado. Fundido en blanco. Fin. Un final excelente para una serie excelente.

Durante unos breves segundos, que sin embargo transcurren endiabladamente lentos, asimilamos todo lo que hemos visto y nos disponemos a incorporarnos en el sofá. Y es ahí cuando Alan Ball, creador y principal guionista de la serie, se apodera del más duro de los bates y nos golpea en todo el estómago. Nos inclinamos de dolor y aprovecha para batearnos la cabeza. Caemos al suelo y aprovecha para patearnos el estómago. Y ahí, indefensos, sin nada a lo que aferrarnos, nos abandona con su macabra sonrisa. Mientras le vemos alejarse lentamente no podemos dejar de preguntarnos: “¿Por qué? ¿Por qué has hecho esto? ¡Tenías un final excelente! ¿Por qué no te paraste ahí?”. ¿Por qué? Pues simplemente porque este hombre no se conformaba con un final excelente. No. Este hombre quería cerrar su serie con el mejor final, no ya de la historia de la televisión, sino superando incluso cualquier final que hayamos podido ver en pantalla grande. Y es que esos últimos 5 minutos, históricos, sólo pueden considerarse como el mejor regalo para todos aquellos que hemos compartido tantos y tan buenos momentos con la familia Fisher. Un regalo duro, muy duro, sí, pero imprescindible y, sobretodo, merecido. Cuando empieza este maravilloso epílogo, lo recibes con una inocente sonrisa, sin apenas darte cuenta de qué significa realmente. Una sonrisa cuya única función es tratar de contener esas lágrimas que luchan por salir. Las imágenes se suceden rápidamente, sin tiempo para pensar en lo que estás viendo, y de repente lo comprendes. La sonrisa desaparece, el último bastión cae, las lágrimas son finalmente libres. Y todo acaba. Definitivamente. Pero no puedes alejar esas últimas imágenes de tu mente. Vuelven y vuelven, una y otra vez, mientras sigues oyendo esa música melancólica. Y cada vez que vuelven de nuevo, adquieren un mayor sentido. Cada vez que vuelven son un poco menos tristes, hasta que alcanzan su verdadero valor. Es un final feliz. El final más decididamente feliz con el que pudiéramos haber soñado. Pero entonces, ¿Por qué cada vez que lo volvemos a ver (porque, oh sí, lo volvemos a ver, ¡vaya si lo volvemos a ver! Y no sólo una vez) caemos de nuevo en la trampa y cedemos a las lágrimas? ¿Por qué sólo de recordarlo se nos acelera el corazón, se nos forma el nudo en la garganta y debemos luchar por contenernos? Ahí radica la grandeza de este final, la grandeza de esta serie. A lo largo de toda la serie, un mensaje resulta evidente. Podemos, debemos, aceptar y asimilar la muerte. Debemos ser conscientes de su presencia, incluso de su proximidad. En cualquier momento caeremos, y si no somos nosotros primero, será el de al lado. Algunos consiguen aceptarla, otros no. Pero aún habiéndola aceptado, en cuanto golpea es inevitable sentir dolor, innecesario evitarlo. De quien se ha ido, quedan todos los recuerdos. Para quien queda, el camino continúa. El coche debe arrancar de nuevo, volver a la carretera, y dirigirse a su próximo destino. Durante los maravillosos 63 capítulos se nos había lanzado este mensaje, y habíamos sido testigos de cómo los diferentes personajes hacían frente a la muerte. Pero al final, los protagonistas somos nosotros. A nosotros es a quién se le pregunta directamente. Casi como si asistiéramos al colegio, los últimos cinco minutos son un examen de lo que hemos aprendido. ¿Estamos preparados para la llegada de la muerte? Me ha quedado claro que no, yo nunca lo estaré. ¿Podemos finalmente aceptarla? Sí, por supuesto que podemos. Y debemos hacerlo.

Como los Fisher en su cena de despedida de los viejos tiempos, yo también debo tragarme esta espina que se me atraganta para poder continuar el camino. Como ellos, voy a brindar. Por Nate. Por Ruth. Por Keith. Por David. Por Brenda. Por Claire. Por los Fisher. Descansen en paz.

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