martes, 25 de noviembre de 2008

Quantum of Solace (Crítica 2)


Apenas dos años después del estreno del nuevo Bond con Casino Royale nos llega la inmediata segunda parte de lo que apunta a ser una interesante trilogía. El mismo equipo y reparto de la anterior entrega se reúnen de nuevo, pero en este caso bajo las órdenes de Marc Foster, director de reconocido prestigio tras firmar obras como Monster’s Ball (2001), Descubriendo Nunca Jamás (2004) o Más extraño que la ficción (2006). Como viene siendo habitual en estos últimos años, se les está encargando la realización de películas de acción a directores nada habituales de este género. Lamentablemente, lo que podría suponer todo un soplo de aire fresco en la forma de rodar la acción por la procedencia artística de estos realizadores, suele devenir en fracaso. Al igual que le pasó a Christopher Nolan en su primera incursión en el mundo de Batman, Marc Foster solventa su inexperiencia en las escenas de acción optando por la vía fácil, un continuo bombardeo de fotogramas a toda velocidad que dejan al espectador descolocado y sin poder disfrutar realmente de unas secuencias que deberían ser espectaculares y dejarte boquiabierto. A una película de bajo presupuesto se le puede perdonar que recurra a estos trucos para paliar la falta de medios. A todo un 007, sin embargo, con todo el presupuesto que maneja, no se le puede pedir menos que dejarte pegado a la butaca y, literalmente, flipando. En Quantum of Solace no es así. Un buen ejemplo del mal haber de Foster para la acción desenfrenada es la apertura de la película, en que lo que podría haber sido una espectacular persecución de coches, primero por carretera y finalmente por una cantera con unas curvas de escándalo, acaba resultando en simplemente entretenida, por los continuos cambios de plano y por colocar la cámara donde no tiene ningún interés. Cuando veo una salvaje persecución de coches quiero ver coches derrapando, dando vueltas de campana, golpeando con otros coches, saltando en pedazos, y no la cara de Daniel Craig, que sí, es muy guapote él, pero ya tiene multitud de escenas luego para demostrarlo. Y como esta secuencia también podríamos citar las posteriores persecuciones en lancha y avioneta (y es que al igual que uno de los personajes de la película, Bond toca todos los palos, tierra, mar y aire, y siempre sale airoso). A pesar de esto, se le debe reconocer a Foster que las escenas de acción en las que se prescinde de vehículos se le dan mucho mejor. Así, también al principio tenemos una muy buena persecución a la carrera sobre tejados y que culmina con la que es sin duda la mejor escena de acción de toda la película, una explosiva pelea cuerpo a cuerpo con caídas libres incluidas y en la que se destroza todo lo destrozable.

Y es que esta progresión de menos a más que se deja notar ya desde el mismo comienzo es lo que nos acabará ofreciendo la película. Lo que parece un arranque titubeante y confuso de la historia resulta estar perfectamente planeado. Así, el argumento de Quantum of Solace se nos va mostrando a medida que avanzamos en la historia, casi como si lo fuéramos descubriendo nosotros mismos acompañando al propio Bond y a través de las pistas que él va recogiendo. Mientras el uso de esta forma de contar la historia a menudo deviene fallido y el espectador acaba sintiéndose engañado, en esta película todas las preguntas obtienen progresivamente su respuesta, y lo que parecía inconexo al comienzo adquiere sentido al final. Otro claro ejemplo de la mencionada progresión de menos a más la encontramos en la relación con la siempre presente chica Bond. Muy falta de garra al principio, transcurrida media película y especialmente en su tramo final, la relación adquiere su verdadera dimensión al conocer que ambos están actuando por los mismos sentimientos. Y es que si por algo se mueve 007 en esta película, y contra todo lo que pudiéramos pensar hace sólo tres años, es por sentimientos. James Bond deja de ser el perfecto agente secreto de Su Majestad para pasar a ser un humano en toda regla, con sus principios y su lealtad bien altos, sí, pero también esclavo de sus sentimientos. Mucho se ha hablado de que en esta película se pierde por completo el espíritu del personaje clásico e incluso el de la anterior película, que más que un agente secreto es un asesino sin escrúpulos, que actúa sólo por venganza. ¡Mentira! Si por algo debemos destacar a esta Quantum of Solace es precisamente por la evolución del personaje principal, una evolución que se antoja en todo momento natural, nunca forzada, y siempre coherente con la personalidad desarrollada en Casino Royale. En la anterior entrega descubrimos que el nuevo Bond es un tipo duro, que no se lo piensa dos veces antes de matar si su vida va en ello, y al final descubrimos que a pesar de esa frialdad también tiene su corazoncito, llegando incluso a dejar la Agencia para poder mantener una relación de pareja. Entonces, una organización criminal secreta hace que el amor de su vida le traicione y encima muera. ¿Cómo se supone entonces que debería reaccionar sino con una macrovenganza que además de vendetta personal coincide con los intereses de su Agencia? Sí, Bond utiliza a la Agencia para su propio interés, pero la Agencia también utiliza a Bond para el suyo propio.

El principal defecto de la película es que el acertado guión en cuanto a la evolución interior de 007 no acompaña a una historia especialmente trabajada ni compleja, y en la que poco se avanza en lo que parece la trama central de esta nueva saga, la organización secreta Quantum. Nos encontramos pues ante lo que es sin duda una película de transición antes de llegar al desarrollo ya completo de la historia de Quantum, y por tanto debe ser vista como lo que es, una parte más de un todo mayor. Por sí sola no acaba de sostenerse, no es tan buena película como fue Casino Royale y no acaba de convencer en las escenas de acción, pero a menudo las piezas centrales de una trilogía suelen ser las más inestables. Veremos si con su pieza final el puzle acaba ensamblando a la perfección y nos encontramos con lo que en conjunto será la mejor obra cinematográfica de Bond, James Bond.

Ficha IMDB

Quantum of Solace (Crítica 1)


Quantum of Solace es ya la número veintidós de la saga Bond, y llega con una extarordinaria carga publicitaria implícita, mayor en comparación a la media, y que sufraga gran parte del film. Esta vez la dirige Marc Forster, director que se dio a conocer allá por el año 2001 con el drama Monster’s Ball. El director “suizo”, retoma la historia allí donde la anterior terminaba. Esta novedad, la de contar con un Bond que para poder ser entendido en su integridad obliga al visionado de la primera, disculpa las aparentes carencias de la misma. Todo en el nuevo Bond transcurre a un ritmo frenético, furioso, y a veces confuso, siguiendo la estela dejada por la nueva saga del desmemoriado y letal asesino de la CIA, Jason Bourne, que ha marcado innegablemente tendencia, y que Paul Greengrass llevó a extremos a veces insufribles al hacer uso y abuso de la shaky camera. El excesivo temblequeo de la cámara hasta en las situaciones más “estables” llevó a que algunos como yo pensáramos que el cámara padeciera parkinson. Es innegable que con la última de Bond, se intenta imitar, aparentemente, aquello que mejor funcionó en la mencionada saga del asesino Bourne, como es, por ejemplo, el hecho de que haya un montaje trepidante que nos hable de un asesino-agente implacable, eficiente, rápido, y que sin llegar a flirtear con lo imposible e inverosímil, decida posicionarse más bien en el lado de lo posible. Porque Bourne a diferencia de Bond nos trajo la idea de un “superagente” creíble, lejos de la parafernalia tecnológica del agente 007. Casino Royale abandonó la imagen que del agente británico teníamos hasta el momento, potenciando los orígenes militares y violentos del mismo, y su lado menos glamouroso, lejos ya del Bond bon vivant. En Casino Royale 007 mantuvo ciertos elementos de la saga, y no ha sido hasta esta última que se le haya despojado del todo de los más clásicos elementos Bond, o de casi todos. A Bond le pueden arrebatar el Aston Martin, le pueden arrebatar los gadgets más ingeniosos que uno pueda imaginar, y hasta le pueden arrebatar su interés por los “martinis agitados”, pero no le pueden arrebatar su inquebrantable faceta mujeriega, ni tan solo cuando no viene a cuento, que es el caso de Quantum of Solace, resultando hasta ridículo en esta ocasión. Daniel Craig borda su papel, el de nuevo y eficaz Bond, deshumanizando por momentos, al ya de por sí estereotipado personaje. Craig nos muestra a un despechado y oscilante agente, que duda entre la venganza más directa, y la propia conclusión efectiva de la misión. La traición de Vesper en el anterior 007 pesa demasiado aun sobre el personaje, de manera que durante toda la película veamos el rostro de un Bond desencantado, furioso, frío pero poco calculador, más bien destructivo. En esta ocasión, ni siquiera la bella y combativa Camille, una correcta Olga Kurylenko, parece importarle demasiado, más allá de ser quien podrá finalmente conducirle hasta Dominic Green, Mathieu Amalric, siniestro pero poco pomposo villano de la nueva entrega. Uno de los grandes aciertos de la película ha sido, sin embargo, la beneficiosa potenciación del personaje de "M", una magnífica Judi Dench, relegado en la sombra desde siempre, se nos aparece ahora como un personaje más, yo diría que imprescindible, a la hora de lidiar con los excesos de Bond.
Quantum of Solace es una nueva y trepidante aventura que podría haber sido redonda si no hubiera dependido tanto de la anterior, convirtiéndola en un “desenlace alargado” donde apenas se tiene tiempo para otra cosa que no sea disparar, golpear, y saltar. Una sombría apuesta que parece vaticinar lo mejor de Bond para las nuevas entregas, pero que parece reticente aún a abandonar lo peor de la saga.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Indy IV, lo que pudo ser y no fue – 2ª parte


No considero que El reino de la calavera de cristal sea necesariamente una mala película, eso dependerá del público al que vaya dirigido, y si cumple o no con una expectativa previamente creada. A mí no me gustó, no cruzaré la línea que me lleve a aseverar que es más de lo mismo, en el buen sentido, yo esperaba una aventura más agresiva, valiente y descarada, y menos de lo que en realidad fue, una aventura apta para toda la familia, cómoda y fácil de colar, de modo que me sentí muy defraudado. Otros muchos no, por lo visto colmó sus expectativas, de lo cual se deriva que ambos públicos difieren en la concepción del héroe. La nueva película de Spielberg ha infantilizado más, si cabe, las aventuras del arqueólogo, que ya desde la tercera entrega, iba adquiriendo tintes en exceso inverosímiles con el tratamiento del Grial en aquella ocasión (a la película le benefició mucho la presencia de Sean Connery, que dotó con un tinte más que interesante a una aventura que comenzaba ya a descafeinarse) La mezcla que del humor se hacía comenzaba ya entonces a parecer inviable por no encajar con el tono del resto, síntoma que empezó a gestarse con la segunda de las aventuras. Cada vez que los personajes se enfrentaban con la muerte, las graciosas ocurrencias introducían un elemento puramente programado, donde nada de lo que ocurría en realidad representaba un peligro verdadero, llevando en contadas ocasiones a la autoparodia. Con esta tercera entrega se introdujo además por vez primera el elemento familiar, y el personaje adquirió un mayor trasfondo psicológico, no pudiendo sin embargo evitar las incoherencias. Uno nunca sabe qué mueve realmente al arqueólogo-aventurero. Como ejemplo sirva el hecho de que en Indiana Jones y el templo maldito parecía buscar sólo la fama y fortuna que las piedras Shankara pudieran aportarle, cinismo que le hacía capaz incluso de intercambiar sin escrúpulo alguno y con un mafioso los antiquísimos restos de un emperador chino, a cambio de un diamante, que supongo no iba a ser expuesto en un museo, o ni tan siquiera iba a aumentar las arcas de éste; mientras que en la tercera entrega se desvivía por proteger el patrimonio cultural asegurando que los objetos hallados, cuales sean, debían estar en un museo. En fin, incoherencias que poco importan para el desarrollo de las aventuras del arqueólogo. De hecho el personaje perdió parte de su aura enigmática al introducir en las aventuras el elemento familiar arriba mencionado, que funcionó con La última cruzada, pero que con El reino de la calavera de cristal, en la que nos encontramos con la aparición estelar de un hijo secreto, el reencuentro con su partenaire femenina de la primera entrega, la madre de la criaturita, y las excesivas auto referencias, terminaron por cargar a la aventura con un ligero tufo a sitcom, que a mí me molestó. Con esta nueva entrega Spielberg se despachó a gusto autoparodiando la autoparodia. Para mí, a lo largo de los años el estilo ha degenerado hasta el punto en que uno se da cuenta de que Indiana Jones apenas está teniendo ya el mismo protagonismo que antaño tenía, y sus temeridades son ahora respaldadas por una familia capaz de seguirle los pasos allá donde vaya. La infantilización de los diálogos y las situaciones, nada creíbles, como el ridículo reencuentro entre Marion Ravenwood e Indy hicieron que me ruborizara de vergüenza al recordar lo bien que funcionaba todo con En busca del arca perdida. No ayudó el hecho de que luego se superaran a sí mismos introduciendo una secuencia en la que los personajes se veían atrapados por unas arenas movedizas, en una escena del todo risible, y Marion le revelaba a Indy su recién adquirida paternidad. El personaje ha envejecido dicen algunos y por tanto debe cambiar y evolucionar, cierto, pero puede perfectamente no interesarme nada de lo que haga el arqueólogo aventurero a partir de ahora si esa va a ser la tónica general de la aventura. Afirmar que la última aventura de Indiana Jones está a la altura de la anterior saga es un puro acto de orgullo, en el caso de Spielberg, Lucas y Ford, que se remiten a las cifras de recaudación, y de cinismo, si creen de veras que es así. Desde luego no lo es con respecto a la original, filmada con un ajustadísimo presupuesto, en unas condiciones francamente incómodas, a temperaturas bochornosas allí en el desierto de Túnez. Eso se aprecia en los personajes, que son creíbles, que se benefician de un espléndido guión, y cuyo aroma a serie B nunca chirría. Todo lo contrario le sucede a esta última entrega, donde resuena el eco del cartón piedra por los cuatro costados, y cuyo presupuesto se adivina más holgado, cosa que parece no haberla beneficiado. La villana, interpretada por Cate Blanchett, ha sido absolutamente desaprovechada, desembocando en un clímax final falto de emoción, donde apenas nos importa que muera o no. Peor es el caso de Oxley o de Mac, personajes prescindibles donde los haya, que apenas aportan nada a la historia. Una historia cuyos acontecimientos están demasiado deslavazados, y donde uno a uno los personajes van avanzando por la historia como por la jungla, como si de un parque temático se tratara, hasta la desastrosa, para ellos, consecución final. El trasunto con los alienígenas, finalmente aprobado por Spielberg y Ford, nunca llegó a molestarme, si acaso se hubiera tratado de mejor manera; debo reconocer sin embargo que lo mismo sentí con la idea del cruzado inmortal que esperaba setecientos años aburrido en una cripta, reduciendo el concepto de inmortalidad a una mera literalidad carente de sentido, ya en la anterior película del aventurero. Unos personajes que rozan lo ridículo, unas situaciones absurdas, un guión poco consistente, y una total falta de heroicidad convierten a la nueva película de Indiana Jones en un lamentable caldo de acelgas sin sal que tal vez satisfaga los paladares de quienes nunca han creído que el personaje de Indiana Jones sea algo más que lo visto en esta última . La película no aguanta la comparación, que es inevitable para quien ha disfrutado horrores con las primeras, y quien diga lo contrario miente. Porque a uno puede encantarle la película, como quien disfruta viendo cualquier otra aventura fílmica a las que nos tienen acostumbrados desde Hollywood, mejor que la mayoría desde luego, en los últimos años, pero nunca afirmar y reafirmar con total descaro que es más de lo mismo, que somos nosotros los espectadores los que hemos cambiado. Por supuesto, seguro que es eso. Tal vez siempre lo fue y yo creí lo contrario, engañado por una primera aventura excepcional, que me hizo creer que aquello no fue sólo algo fruto del azar.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Indy IV, lo que pudo ser y no fue – 1ª parte


Este 2008 cercano a concluir fue para algunos de nosostros el año en el cual tras diecinueve años, no de espera en mi caso, iba a poder disfrutar de nuevo con las aventuras del más famoso arqueólogo dentro del celuloide, Indiana Jones. El entusiasmo del equipo creativo en la realización de la nueva entrega parecía presagiar una más que probable cuarta entrega a la altura de la trilogía, ahora ya clásica. Los distintos problemas con el guión, el rechazo del que parecía ya definitivo guión de Frank Darabont, provocaron el resquemor y la desconfianza de algunos que no veían con buenos ojos la labor de George Lucas, entrometiéndose en algo que, nos agrade o no, le pertenece. Y de quien por cierto, se tiene un muy bajo concepto al entender de muchos de los que se sintieron defraudados con la nueva y deficiente trilogía de Star Wars, mal que les pese a algunos enfebrecidos fans.
Cuando en el año 1989 Lucas como productor, Spielberg como director, y Ford como actor protagonista, barajaron la posibilidad de una cuarta entrega, el desacuerdo entre los tres por la insistencia del primero en introducir el trasunto de las calaveras de cristal, y su consecuente, para Lucas, origen alienígena, hicieron imposible seguir adelante con la nueva entrega. Ni Ford ni Spielberg parecían convencidos con la idea de apartarse del tragín mitológico-místico de las anteriores, que le daba a las aventuras de Indy un aura folclórica muy atractiva, un animismo que envolvía a los protagonistas y dotaba a las tramas, sobre todo en las dos primeras, de un intangible peligro al acecho, incontrolable, y que cuestionaba el cinismo pragmático del aventurero. Ahora Lucas pretendía llevar la historia por los derroteros de la experiencia OVNI, más propia de los seriales de los años cincuenta, con el trasfondo de la amenaza nuclear y el secretismo de la CIA, agencia creada en el año 1947 por el presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman. Retomado de nuevo en el año 2000 el empeño de llevar definitivamente una cuarta aventura de Indiana Jones, se planteó la duda, entre mucha gente, de la viabilidad del proyecto dada la avanzada edad por aquel entonces de Ford. Finalmente Lucas, Spielberg y Ford aprobaron conjuntamente el guión de David Koepp, y la película comenzó a rodarse en junio de 2007. Siete años después de que muchos nos cuestionáramos la propia eficacia de una película basada en un aventurero, que en los años ochenta daba saltos y era vapuleado de continuo, y que debía hacer otro tanto ahora después de diecinueve años.
Algunos como yo creímos que Spielberg sabría sacar lo mejor de sí mismo tras su larga experiencia rodando películas, y que certeramente sabría, junto a Lucas, discernir cuáles fueron los elementos que cautivaron al espectador de los años ochenta, y cuáles funcionaron peor, siendo prescindibles en esta nueva entrega. No fue así, Spielberg ha madurado como cineasta, pero por ello mismo parece incapaz de retornar a la frescura gamberra de sus obras iniciales.
Tanto en Star Wars como en Indiana Jones, Lucas debía lidiar con unas expectativas creadas en torno a la obra de proporciones a veces inaguantable. Lo sucedido con estas secuelas demuestra que las originales no le deben tanto su éxito al ideador de las mismas, como a la buena fortuna que conjuró y reunió en un mismo momento a guionistas, directores, actores, en un tiempo en el cual la industria todavía no imaginaba las posibilidades de una era digital que la iba a emborrachar de banalidades, y desfases donde los alardes digitales primarían por encima de cualquier otra consideración. No voy a hablar aquí de lo que supuso la nueva trilogía de Star Wars para quienes habían admirado y seguido la primera, pero el asunto constatará que algo está pasando con las expectativas de esa generación de críos que crecieron en los ochenta y que quedaron atónitos por vez primera cuando vieron rodar a una gigantesca roca que prometía aplastar al intrépido arqueólogo, y que sorteaba una y otra vez las mortíferas trampas del templo en la jungla, o cuando cientos de momias pútridas se avalanzaron sobre la impotente y horrorizada heroína, o cuando el héroe mismo no dudaba un momento cuando tenía que arrastrarse por la panza de un camión que trata inútilmente de aplastarlo. Algo ha cambiado, muchas cosas diría yo. La reacción, sobre todo de los fans de las aventuras de Indiana Jones, se ha polarizado, hasta el absurdo extremo de llegar a la rabia por quienes han disfrutado de la nueva entrega de Indy, que no tragan a quienes disgustados por la misma han clamado al cielo. Desde luego la industria del cine ha cambiado, y entre esos cambios nos encontramos con el fenómeno del fan que habla y discute a través de la red, de modo que parte de las campañas de marketing se hayan visto obligadas a no subestimar al público potencial con engañifas. Porque ahora el espectador puede machacar literalmente, y difundir si lo desea, su rechazo por el engaño perpetrado. Esta vez la película desarrolló una promoción publicitaria basada principalmente en la nostalgia de los seguidores de la serie, llegando a prometer incluso el no abusar de los efectos digitales generados por ordenador.
Ahora los que han quedado encandilados con la nueva aventura acusan a los decepcionados seguidores de que la expectativa frustrada se debe única y exclusivamente al cambio generacional, y que, como en mi caso, simple y llanamente somos gente que nos hemos hecho mayores, y por ello hemos perdido la capacidad de fascinación ante un cine que nunca pretendió ser creíble, y que siempre discurrió por los derroteros de la llamada serie B. Eso no es del todo cierto, y el argumento esgrimido se me antoja ahora poco honesto, puesto que la trilogía siempre fue eso y más. En todo caso, valga la comparación, El reino de la calavera de cristal es a En busca del arca perdida, lo que las aventuras de Tintín son a las aventuras de Corto Maltés. Al menos en mi caso, sigo sintiendo la misma fascinación por En busca del arca perdida, que aguanta el paso de los años estupendamente.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Camino


En una pequeña salita austeramente decorada un hombre de unos cuarenta años de edad habla con un joven de dieciocho años, le hace preguntas para de este modo saber si será o no admitido en el Colegio Mayor Universitario ese año. Las plazas son limitadas y poco a poco se van agotando aquí y allá. En un momento dado el hombre mayor le asegura que no es obligatorio rezar el rosario si no lo desea, pero todos lo señalarán con el dedo. Es un Colegio Mayor del Opus Dei, y la escena podría tranquilamente formar parte de la ficción crítica que Javier Fesser ha orquestado contra el Opus Dei, cuya ética rigorista decidió desde un inicio suprimir el libre albedrío de quien quiera que se cruzara por su camino. Libre albedrío entre la condenación eterna en las llamas del Infierno, literalmente, o el Paraíso, cual sea, y cuyo argumento más sólido para justificar la no elección de sus dictados y reglamentos, es una innegable falta de carácter, el que ellos sí tienen. Todo un ejercicio de pura demagogia lo del libre albedrío que ellos dicen poseer. Una absurda idea medievalista que aún hoy día profesan muchos acólitos. Libre albedrío supeditado a unos mandatos claramente tipificados en unos textos sagrados que veneran, y que han sido concienzudamente interpretados-distorsionados. Una organización cuyos fieles han decidido auto excluírse de una mayoría ortodoxa, católica, y silenciosa.
La nueva película de Fesser sorprende por lo valiente de la propuesta. El tema tratado no es baladí, y es en realidad mucho más complejo, o más sencillo, al menos en mi caso, de comprender si uno se ha preocupado por conocer cuál es la religión sobre la que se ha construído el mundo occidental actual, uno de los cimientos de nuestra cultura, la profese uno o no. Puede resultar más complejo incluso si uno deliberadamente prefiere enarbolar la bandera de la ignorancia pintada de sabio y comprometido altruísmo, sobre todo pacifismo, machacando impunemente, valga la incoherencia, insultando, y faltando al respeto insistentemente a la religión cristiana, a sus instituciones, y a cualquier cosa que se pinte con colores clericales. Una tacha manifiesta, la de siquiera simpatizar con la religión católica, por la que todos te señalarán con el dedo, como auguraba aquel acólito asentado en uno de los muchos centros del Opus Dei, si decidías negarte a rezar el rosario. Hay en todo esto, por supuesto, falta de honestidad. Ni unos ni otros quieren entender, comprender, o tan siquiera respetar, que es llanamente reconocer que algo o alguien tiene valor. Es cierto, tenemos la libertad de elegir, elegir entre el rechazo y la mirada acusadora de los otros, cuando no el insulto, o la de integrarnos con su clan, para de este modo pasar desapercibidos y poder estar en paz con los demás.
La historia de una niña llamada Camino, que se inspira directamente en Alexia González-Barros, muerta por una grave enfermedad cuando tenía tan solo catorce años, y que lo hizo, dicen, muy cristianamente, es tratada por el director de forma contundente, y en ello Nerea Camacho, la niña protagonista, juega un papel determinante. La joven actriz nos arrastra por su drama agonizante camino de la muerte, es creíble, lo mismo que la asfixiante madre, encarnada por Carmen Elías, o un padre en exceso débil e impotente ante los abusos consensuados de quienes rodean a su mujer e hijas. Fesser radiografía, y no caricaturiza en absoluto, esta organización católica en el entorno austero y sencillo de una familia que se ve obligada a lidiar con la enfermedad mortal de una de las hijas. Lo que para una gran mayoría parecería evidente, no lo es tanto para quienes se ven continuamente sondeados por aquellos que creen velar por la salud espiritual de su congregación. La enfermedad y el sufrimiento son para este grupo religioso un fin en sí mismo, y la santidad que predican se basa exclusivamente en un dolor provocado, como el padecimiento que en su momento eligiera Cristo para la salvífica misión, cuando no fue sinó la lógica consecuencia de un actuar comprometido, al menos en opinión de quien esto suscribe.
Hay que decir, que Fesser ha sabido interpretar a la perfección el impertinente sentimiento de quienes predican la santa coacción, la santa intransigencia, y la santa desvergüenza, contra quienes no acatan su verdad, la que ellos aseguran nos va a salvar del fuego eterno. Algo que ninguno de ellos puede negar, por mucho que hayan lanzado acusaciones malintencionadas contra el director Javier Fesser. La crítica, que casi siempre es muy certera, resulta ambigüa cuando parece cuestionar algo más que la propia organización, llegando a cuestionar si se quiere pensar, la propia existencia de Dios, a través del personaje de Mr. Peebles, aunque no parece quedar claro si acaso esté hablándonos de la propia pérdida de la inocente fantasía de una niña enfrentada a una realidad funesta, y carente de respuestas. La niña Camino se interna por los senderos oníricos de los sueños, propios de una niña de su edad, fantasías que dada su falta de madurez se entremezclan con una contundente y rigorista moral católica, que abusa y hace utilización indebida de los sufrimientos de la familia, desposeída de su natural esencia, humanamente hablando. La cuestión no es si Fesser pretende o no criticar a la religión católica en conjunto, o sólo a la organización protagonista, porque hay que saber que así como hay muchas éticas laicas, las hay también religiosas cristianas, rigoristas y laxistas, y cuyas diferencias son fundamentales, sinó que se cuestiona la obtusa posición de quienes se atreven a señalar con el dedo si no se es partidario de tal o cual pensamiento o creencia. Los jueces-verdugos del Opus Dei pueden juzgarte y condenarte con el dedo acusador porque así lo quiere Dios. El rigorismo en el que se basa el Opus Dei proviene del jansenismo, movimiento religioso de pensamientos cartesianos cuya moral habla de un Dios-legislador, que crea unas leyes exhaustivas, y un Dios-juez, a quien se le debe obediencia ciega. Para estos grupos el hombre está en pecado casi siempre, lo cual no es difícil, dado que casi todo lo es, y si no es por una Gracia o favor proveniente de Dios, éste es incapaz de evitarlo. El mal o el pecado, para quienes siguen los pasos de Josemaría Escrivá de Balaguer, está perfectamente tasado, y ellos, como perfectos intérpretes y salvadores, tienen la obligación de importunar a sus semejantes con un persistente camino de santificación en toda regla. Camino de santificación burdo hacia el cual impelen a una ignorante madre, a un marido incapaz de revelarse, a una hija engañada, y a una inocente niña que muere sin remedio, ante el apacible y conciliador susurro de unos desmedidos hipócritas que se otorgan conocimiento y autoridad suficiente para hurgar en las heridas de la família. En definitiva, una
película que posee la fuerza necesaria para conmover, a mí me conmovió.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Gomorra



Gomorra es la película seleccionada por la Academia de Italia para competir por el Óscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa, y es también la película que ha surgido a raiz de la polémica novela que la precede, y a cuyo autor debemos la co-escritura del guión cinematográfico de la misma. Roberto Saviano ha retratado el terrible mundo de la Camorra, que asola el suelo napolitano desde hace ya muchos años, contando por lo menos con unos cuatro mil muertos en su haber. Amenazado de muerte por los mismos desalmados el escritor se ve obligado a llevar continuamente una escolta policial desde octubre de 2.006.
Matteo Garrone ha realizado con su nueva película un retrato supuestamente fidedigno a la realidad que asola el territorio que se disputan los numerosos clanes que integran la Camorra. El director se ha limitado a mostrar con absoluta indiferencia, sólo en la forma, los intrincados acontecimientos que se suceden uno tras otro en los periféricos barrios de Nápoles. La idea del espectador casual que se pasea cámara en mano registrando todo lo que se cruza por su camino puede resultar un sencillo y acertado método para mostrar visualmente al espectador qué está sucediendo en tal o cual calleja, casa, o recoveco de Scampia, un cochambroso barrio que rezuma miseria por los cuatro costados, y que, como dicen algunos de sus ingenuos protagonistas, está en guerra, por si la miseria que padecen no fuera ya suficiente. A Matteo Garrone la experiencia le habrá parecido perturbadora, porque la historia lo es, y al tiempo habrá creído ser del todo innecesario transmitir con mayor claridad cúal sea esa experiencia emocional, que tanto le afectó. La película se aparta conscientemente, y con toda saña, de otras películas de género, como han sido y son Scarface, la trilogía de El Padrino, Uno de los nuestros, Érase una vez en América, Muerte entre las flores, etc; películas que han dotado de cierto romanticismo, para qué engañarnos, a un holding que mata sin ton ni son, alegando las más diversas excusas, en mayor o menor medida, tales como la “protección del grupo”, como entidad excluyente del resto, un resto que conformamos una gran mayoría que prefiere encaminar su vida por caminos menos violentos, y lejos del nefasto y mal entendido proteccionismo biológico de quien defiende a su propia especie, su clan, su família, y que al final se resume en un egoísmo violento que asegura su propio bienestar en detrimento del bienestar de los demás. Puro y duro egoísmo evolutivo, en el cual, los más fuertes sobreviven, una sociedad donde hasta los niños entienden que los violentos podrán tener un futuro. Al menos eso piensan algunos de los personajes de la película, hasta que, por supuesto, la misma idea les pasa factura antes de lo esperado, tanto psíquica, como físicamente. Una idea nada romántica, y que hay que agradecer al realizador, por haberlo entendido así, y haya decidido sacudir a la historia de cualquier legendaria reminiscencia. Este ímpetu purista, y también honesto, en pos de un visionado poco agradable, que apuesta por la pura exhibición de la pobreza, y sobre todo, la ignorancia, hacen, al menos en mi caso, que llegue a sentir una inaudita indiferencia por cada uno de los personajes y los acontecimientos, entendiendo estos como la sucesión de hechos que hilvanan una historia, con su correspondiente dosis de tensión dramática.
Es cierto, uno siente que le asaltan sentimientos agridulces ante lo que ve, como cuando uno ve los informativos, sólo que aquí se hace difícil entender con algo de coherencia, hasta bien entrada la película, e incluso entonces, qué es lo que está pasando realmente, quién es quién, y de qué va todo, a no ser que uno haya leído previamente la novela de Saviano.

La ausencia de banda sonora, y el tono casual de quien ve que suceden cosas, casi documental, dotan a la película de un hiperrealismo que la honra, pero que al tiempo nos impide poder compartir realmente la experiencia que tuviera Garrone durante la creación de la misma.

Saw V


No. Ya me he cansado. Ya no quiero jugar más a este juego. Hace cinco años me quedé terroríficamente encantado con tu sádica propuesta. Inspirándote en algunos de los asesinos más carismáticos del panorama cinematográfico, les diste una vuelta de tuerca y los llevaste a una nueva y enfermiza dimensión. Nos obligaste a aceptar las reglas de tu juego, no teníamos elección, y por nuestras mentes empezaron a desfilar preguntas y dudas que nunca antes hubiéramos imaginado. ¿Seríamos capaces de infligirnos el máximo grado de dolor con tal de sobrevivir? ¿Y de matar a un inocente para salvar nuestra propia vida? ¿Es realmente el sufrimiento la única vía para la redención? Desgarradoras preguntas que nos obligaban a enfrentarnos a nuestros más escondidos temores. ¿Por qué te niegas a desaparecer si ya has cumplido con tu parte? Sí, lo conseguiste, nos derrotaste moralmente a todos, tiraste la condición humana a la basura. Sin embargo ahora no eres más que una caricatura de ti mismo. Con tu muerte en la tercera entrega cerrabas una trilogía que, aunque desequilibrada, había resultado inspirada. Puedo llegar a aceptar incluso que quisieras contarnos cómo empezó todo, qué fue lo que te indujo a pensar que el ser humano estaba perdido y necesitado de redención. Pero aún después de eso no has aceptado tu final, sigues dando vueltas a una celda cerrada, haciendo que todo lo que un día construyeras acabe desmoronándose.

Ahora resulta que lo que parecía una genial y cruel obra tuya no fue tan sólo tuya. Y quien has dejado como tu póstumo peón no logra ejercer ni por un momento la atracción que ejercías tú en tus comienzos. Prueba de ello es que por sí mismo es incapaz de sostener una historia propia y necesita recurrir constantemente y sin ningún sentido a episodios de tu obra ya contados en su debido momento, sin aportar nada mínimamente relevante ni a su historia ni a la tuya. ¡¿Qué me puede importar cómo secuestraste a una víctima hace cinco años o cómo cargaste las balas en la pistola de la puerta hace cuatro?! Además, su falta absoluta de competencia se ve reflejada en un montaje incoherente y confuso basado en la alternancia de flashbacks totalmente desordenados que lo único que consiguen es que no sepas cuándo pasaron esos acontecimientos. Tú elegías tus víctimas (aunque sé que no te gusta llamarlas así) con esmero. Tu peón escoge a auténticos estúpidos cuyas muertes son casi una bendición biológica, pues suponen el incremento de la inteligencia humana media. Uno puede llegar a sentir vergüenza ajena ante las ridículas reacciones de las víctimas frente a los juegos propuestos, especialmente en el de los agujeros en la pared y el de cierto vaso que debe ser llenado. Por si todo esto fuera poco ¡ni siquiera sus torturas son comparables a las tuyas! El único consuelo que nos pudiera quedar, el de alimentar nuestros sádicos instintos viendo cómo la gente alcanza las mayores cotas de sufrimiento, tampoco se ve satisfecho. Los mecanismos de tortura están en su mayoría poco inspirados (con la salvedad del péndulo y el ya mencionado vaso) y las muertes no nos dejan boquiabiertos. Contigo me lo pasé muy bien, Sr. Puzle, pero reconócelo, tu juego ha acabado. Es hora de buscar uno nuevo.

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The Fall, el sueño de Alexandria (Crítica 2)


Ya han pasado unos cuantos años desde que el realizador indio debutara en el cine con aquel extraño y bello, por momentos, thriller de terror psicológico llamado La celda en el cual Jennifer López se paseaba por la mente de un psicópata engalanada con los más exóticos atuendos que uno pueda imaginar, y en medio de un laberinto de colores perfectamente diseñados e inspirados. La visión de Tarsem se superpuso entonces a la propia visión del psicópata Carl Rudolph Stargher, que enredaba a la psicóloga Catherine Deane, en los más oscuros y pomposos pasadizos de la mente; yo diría de la mente de Tarsem, en todo caso, ya que el realizador decidió, consciente o inconscientemente, relegar a los supuestos protagonistas en favor de una más interesante puesta en escena, que nos distrajera de lo verdaderamente esencial para algunos, como es mi caso, esto es, los personajes y sus preocupaciones. Algo similar pasa con esta segunda incursión en el mundo de los sueños, esta vez conscientes, y que se nos muestran en forma de cuento improvisado. Las imágenes visuales que ilustran el cuento que el atormentado Roy Walter, especialista de escenas de acción, le narra a la pequeña Alexandria, son extraordinarias, y más aun cuando uno se percata de la ausencia total de animación digital.

Tarsem aborda el tema de la dualidad existente entre la inherente inocencia de los niños y la tristeza desencantada de los adultos. Cuando un narrador cuenta cuentos distorsiona inevitablemente la realidad misma de la historia, en mayor o menor medida, y de ese modo, se acentúa el drama, se mengua o se exagera el mérito del héroe o villano. Tarsem, como cuentacuentos, acaba invadiendo el ámbito de la propia historia narrada, haciendo alarde y desproporcionando en ocasiones mediante suntuosos trucos visuales, que nos apartan del objeto que dio origen a la historia. The Fall supone un doble juego, en el cual nos encontramos con dos narradores, Tarsem, y Roy Walter, y por ello también tenemos dos historias. El primero le narra una historia al espectador que acude a la sala de cine, y el segundo a una niña que se aburre, y que forma parte de la propia historia narrada por Tarsem. Ninguna de las dos llega a cuajar, por así decirlo, y apenas emocionan. El drama de Roy nunca llega a ser realmente protagonista, relegándole el puesto a la encantadora niña Alexandria, que escucha con devoción la fantasía narrada por Roy. El cuento en cuestión debería servirnos para comprender mejor esa dualidad de la que antes hacía mención, el inocente entusiasmo de Alexandria, y el desastroso desencanto de Roy, incapaz de concluir el cuento con un final feliz. Pero no es así, porque la convalecencia de Roy parece más el pretexto de un director de cine que busca un segundo narrador en una historia que no llega a encantarnos, y que lo excusa en su fastuosa aventura imaginada.

Lo ideado por Tarsem me recuerda a la fábula ideada por Guillermo del Toro, El laberinto del fauno, en la cual realidad y ficción se aunaban en una misma historia, y mientras en ésta la dura realidad golpeaba a la niña Ofelia y a quienes la rodeaban, en la de Tarsem esa misma realidad, la de Roy convaleciente por el accidente, apenas nos toca, y se confunde pero no se une, con una segunda narración, demasiado diluída e improvisada, que tampoco emociona. El resultado es algo inconstante, fascinando a veces por la perfección de las imágenes, y causando indiferencia, sobre todo cuando éstas desparecen de la escena. La labor de la niña Catinca Untaru en su papel de Alexandria es destacable, siendo de lo mejor junto a la puesta en escena, en un conjunto del todo desaprovechado, pero cuyo visionado vale la pena, aunque sólo sea por el mero disfrute de su increíble imaginería visual, y la no menos encantadora interpretación de la niña Cantica Untaru.

martes, 18 de noviembre de 2008

¡Bienvenido Gabi!


Después de acaloradas discusiones y refrescantes cervezas, ya es oficial: ¡Ya somos dos críticos cítricos! Lo que nació inicialmente con la intención de ser una andadura en solitario no ha tardado ni dos días en convertirse en una aventura compartida. Más críticas y más puntos de vista contribuirán a hacer de éste un sitio mejor. Supongo que a no mucho tardar Biel dejará por aquí su presentación y sus primeras aportaciones. Sólo un aviso: No le hagáis mucho casi si dice que las películas serían mejores de haber sido rodadas en un bosque ruso oscuro...

The Fall (Crítica 1)


Avalada por el premio a la Mejor Película en la edición de 2007 del Festival de Sitges, The Fall supone la vuelta del realizador hindú Tarsem tras su ópera prima The Cell (La Celda). Cuando uno sale de ver esta película no puede evitar sentirse en cierta medida decepcionado porque lo que podría haberse convertido en una gran película de fantasía se queda lamentablemente a medio camino. Las intenciones del realizador son francamente buenas, estructurando la historia a partir de la alternancia entre fantasía y realidad (como ya hemos visto en películas anteriores como La Princesa Prometida o la más reciente El Laberinto del Fauno). El problema radica en que mientras que la historia real posee una gran fuerza a la vez dura y emotiva, la historia fantástica carece por completo de esa fuerza necesaria para sostenerla a lo largo del metraje. De esta forma, la relación afectiva que establece la niña con el hombre, primero de amistad y luego ya casi como una veneración, así como los desórdenes emocionales que padece el hombre a lo largo de la película suponen los mayores aciertos argumentales. Por el contrario, cuando se trata de la historia imaginada, el espectador debe sacrificar desde un principio toda coherencia interna del cuento por su propia naturaleza de cuento, sujeto en todo momento (o casi todo) a los caprichos de la niña. Esta falta de coherencia, totalmente intencionada, no debería ser excusa para la ausencia casi absoluta de un desarrollo mínimamente lineal e interesante, lo que acaba provocando que el espectador se desentienda de lo que está pasando en el cuento. Afortunadamente, al final de la historia se alcanza un verdadero clímax y ya por fin el cuento adquiere la fuerza que debería haber mantenido durante todo su desarrollo. Es en este momento cuando todos los elementos anteriores confluyen en un final emotivo y desgarrador a la vez, en el que las fronteras entre realidad y fantasía desaparecen tanto para la niña como para el hombre, estableciéndose una brutal batalla psicológica entre ambos por el final del cuento.

Para paliar las deficiencias argumentales del cuento se nos ofrece una puesta en escena impecable en la que los vivos colores y la mera belleza de las imágenes llegan a ser suficientes como para hipnotizarnos por completo y hacernos olvidar la falta de historia. Paisajes, vestuario, coreografías, absolutamente todos los planos son visualmente espléndidos, conformando un auténtico cuadro surrealista en movimiento que contrasta sobremanera con la gris y decadente puesta en escena de la realidad. Así pues, nos encontramos ante una más que interesante propuesta de un realizador muy personal, que logra solventar en parte los errores cometidos en su anterior obra, pero al que aún le falta dar algunos pasos para poder llegar a ofrecernos la gran película que sin duda es capaz de hacer.

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domingo, 16 de noviembre de 2008

Inauguración

Quien se haya pasado ocasionalmente por mi desastroso laboratorio sabrá que en más de una ocasión he comentado que una de las intenciones por las que abrí ese blog era la de ir colgando críticas de todo tipo: películas, series, libros, música... A punto de cumplir dos años de existencia, ni una sola crítica ha sido publicada, ni siquiera escrita. A menudo después de ver una película empiezo a dar vueltas sobre ella e incluso a estructurar mentalmente la posible crítica, pero siempre la dejadez ha superado a la intención y todo quedaba en un mero pensamiento. Fue precisamente para luchar contra esta dejadez por lo que decidí apuntarme al Taller de Crítica de Cine y Teatro que ha organizado Edicions de Fusta. Al ser un taller fundamentalmente práctico, debería dejar atrás por fuerza la pereza, y pasar finalmente mis impresiones al papel. Y así ha sido. Junto con las críticas rápidas que tenemos que ir haciendo durante las sesiones del curso, se nos ha instado también a ir entregando críticas más elaboradas. Así pues, he pensado que era un buen momento para abrir un nuevo blog e ir colgando las críticas que vaya haciendo para el curso y, espero, mantenerlo continuamente actualizado a partir de entonces. Si voy a cumplir con mis intenciones, o finalmente va a quedar en nada, aún es pronto para saberlo... En todo caso, ya he comenzado mi primera negociación editorial que le añade una mayor posibilidad de substistencia a la página. Si la negociación fructifica, en unos días la daré a conocer.

Y eso es todo. Espero que si cumplo con mi parte, alguien se pase por aquí y lea las críticas que van apareciendo, y por supuesto que aprovechen los comentarios para aportar sus propias impresiones sobre las películas criticadas o sobre la crítica en sí misma.

Let the show begin!

Miguel D. Ferrer

sábado, 15 de noviembre de 2008

300


Frank Miller es un autor afortunado. No sería descabellado afirmar que, hasta el momento, es el autor de cómic mejor adaptado a la pantalla grande. El mérito de semejante hazaña radica tanto en la naturaleza puramente cinematográfica de su propio trabajo original, como en el mimo con el que los directores y guionistas responsables de la adaptación acogen su obra. Si en 2005 llegaban a nuestras pantallas las muy destacables Sin City y Batman Begins (que a pesar de no ser una adaptación directa, su historia bebe mucho del Batman: Año Uno de Miller), en 2007 nos llegaría la adaptación de la que es considerada como una de sus mayores obras. 300, un título tan sencillo y directo como la propia historia a la que hace referencia. Muchas veces hemos oído comentar que una obra es inabarcable a nivel cinematográfico por la complejidad de su trama o por la cantidad de personajes implicados en la historia. En el caso de 300, su adaptación se presumía también inabarcable, pero por todo lo contrario: su historia no daba para hacer una película ni siquiera de 90 minutos. En contra de lo que se podría esperar, el resultado final es una soberbia adaptación del trabajo original de Miller que en la pantalla adquiere su propia personalidad e identidad hasta alzar la película a lo más alto de los géneros épico y fantástico cinematográficos. Gran parte del mérito debe recaer sobre el máximo responsable de la película, un casi debutante Zack Snyder, quien se encargó primero de redactar el guión y finalmente dirigir la cinta. Manteniéndose fiel a la obra original, Snyder aprovecha prácticamente todas las escenas presentes en el cómic para apurar al máximo la historia disponible de partida, y apenas le añade por cuenta propia un poco de historia paralela que a la postre servirá para marcar las pausas entre batalla y batalla, dejándonos así respirar por momentos.

Entonces, si la historia y el guión son tan sencillos, ¿cómo consigue la película mantenerse a flote? La respuesta es una soberbia puesta en escena que, como en el caso del guión, se basa en todo momento en la imaginería de la obra de Miller. De esta forma 300, la película, corre ante nuestros maravillados ojos casi como una sucesión de pinturas griegas, desde el mismísimo fondo de la acción con ese tono marrón propio de la cerámica sobre la que se pintaba, hasta la propia representación de la acción, que alcanza su mayor esplendor visual en las escenas en que la profundidad de la tercera dimensión desaparece por completo. Contrastando con la presencia de estas escenas, nos encontramos con un montaje innovador que abusa deliberadamente como ninguna otra película de la cámara lenta, y especialmente de los cambios de velocidad, durante largos planos secuencia que nada tienen que ver con la incomprensible tendencia actual de rodar secuencias de acción con el mayor número posible de planos por segundo. De esta forma, estilizadas coreografías marciales fluyen de una forma natural como pocas veces se ha visto al ritmo de una banda sonora que acompaña perfectamente a la acción en todo momento.

Junto con la puesta en escena, el otro gran cimiento sobre el que se sostiene la película es el carisma de su único protagonista. Ciñéndose toda la historia sobre un único personaje, Leónidas, era vital la interpretación de éste. El elegido para llevar semejante carga fue un poco conocido Gerald Butler, cuyos méritos más destacables hasta el momento fueron hacer de Drácula en Drácula 2000 y de El Fantasma de la Ópera en la adaptación de Joel Schumacher. Fue sin duda una decisión arriesgada, pero ya a partir de su primera aparición en pantalla todas las dudas desaparecen: Butler no interpreta en ningún momento a Leónidas, Butler es Leónidas. El mero hecho de pensar que cualquier otro actor podría haber interpretado al personaje es ya de por sí un sacrilegio. Desde la impecable caracterización del personaje hasta su aplastante interpretación, Butler nos somete a su voluntad. Nos pide que marchemos por Esparta, y marchamos. Nos pide que luchemos por Esparta, y luchamos. Nos pide que muramos por Esparta, y morimos. Sin dudarlo ni por un momento, tal es su fuerza. 300 no nos cuenta la historia más original ni más compleja, no nos plantea dilemas morales ni nos hace pensar, no nos presenta personajes profundos que evolucionan, pero tampoco fue nunca ésa su intención. 300 nos cuenta una historia sencilla, pero nos la cuenta de forma impecable. Como el propio Leónidas y sus espartanos, Snyder y su equipo reunieron valor y emprendieron una batalla perdida desde el principio, alcanzando la gloria con su gesta.

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viernes, 14 de noviembre de 2008

En construcción

Nuevo blog. En breve lo presentaré y estrenaré. Be patient my friend!