miércoles, 19 de noviembre de 2008

Gomorra



Gomorra es la película seleccionada por la Academia de Italia para competir por el Óscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa, y es también la película que ha surgido a raiz de la polémica novela que la precede, y a cuyo autor debemos la co-escritura del guión cinematográfico de la misma. Roberto Saviano ha retratado el terrible mundo de la Camorra, que asola el suelo napolitano desde hace ya muchos años, contando por lo menos con unos cuatro mil muertos en su haber. Amenazado de muerte por los mismos desalmados el escritor se ve obligado a llevar continuamente una escolta policial desde octubre de 2.006.
Matteo Garrone ha realizado con su nueva película un retrato supuestamente fidedigno a la realidad que asola el territorio que se disputan los numerosos clanes que integran la Camorra. El director se ha limitado a mostrar con absoluta indiferencia, sólo en la forma, los intrincados acontecimientos que se suceden uno tras otro en los periféricos barrios de Nápoles. La idea del espectador casual que se pasea cámara en mano registrando todo lo que se cruza por su camino puede resultar un sencillo y acertado método para mostrar visualmente al espectador qué está sucediendo en tal o cual calleja, casa, o recoveco de Scampia, un cochambroso barrio que rezuma miseria por los cuatro costados, y que, como dicen algunos de sus ingenuos protagonistas, está en guerra, por si la miseria que padecen no fuera ya suficiente. A Matteo Garrone la experiencia le habrá parecido perturbadora, porque la historia lo es, y al tiempo habrá creído ser del todo innecesario transmitir con mayor claridad cúal sea esa experiencia emocional, que tanto le afectó. La película se aparta conscientemente, y con toda saña, de otras películas de género, como han sido y son Scarface, la trilogía de El Padrino, Uno de los nuestros, Érase una vez en América, Muerte entre las flores, etc; películas que han dotado de cierto romanticismo, para qué engañarnos, a un holding que mata sin ton ni son, alegando las más diversas excusas, en mayor o menor medida, tales como la “protección del grupo”, como entidad excluyente del resto, un resto que conformamos una gran mayoría que prefiere encaminar su vida por caminos menos violentos, y lejos del nefasto y mal entendido proteccionismo biológico de quien defiende a su propia especie, su clan, su família, y que al final se resume en un egoísmo violento que asegura su propio bienestar en detrimento del bienestar de los demás. Puro y duro egoísmo evolutivo, en el cual, los más fuertes sobreviven, una sociedad donde hasta los niños entienden que los violentos podrán tener un futuro. Al menos eso piensan algunos de los personajes de la película, hasta que, por supuesto, la misma idea les pasa factura antes de lo esperado, tanto psíquica, como físicamente. Una idea nada romántica, y que hay que agradecer al realizador, por haberlo entendido así, y haya decidido sacudir a la historia de cualquier legendaria reminiscencia. Este ímpetu purista, y también honesto, en pos de un visionado poco agradable, que apuesta por la pura exhibición de la pobreza, y sobre todo, la ignorancia, hacen, al menos en mi caso, que llegue a sentir una inaudita indiferencia por cada uno de los personajes y los acontecimientos, entendiendo estos como la sucesión de hechos que hilvanan una historia, con su correspondiente dosis de tensión dramática.
Es cierto, uno siente que le asaltan sentimientos agridulces ante lo que ve, como cuando uno ve los informativos, sólo que aquí se hace difícil entender con algo de coherencia, hasta bien entrada la película, e incluso entonces, qué es lo que está pasando realmente, quién es quién, y de qué va todo, a no ser que uno haya leído previamente la novela de Saviano.

La ausencia de banda sonora, y el tono casual de quien ve que suceden cosas, casi documental, dotan a la película de un hiperrealismo que la honra, pero que al tiempo nos impide poder compartir realmente la experiencia que tuviera Garrone durante la creación de la misma.

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