martes, 28 de abril de 2009

Déjame entrar (Låt den rätte komma in - Let the right one in)


Criatura atractiva y repleta de un infinito potencial, el vampiro no ha llegado a alcanzar en el mundo del cine la calidad que sin duda merece. Más allá de unas pocas excepciones, cada vez que se estrena una nueva película de vampiros, ésta acaba suponiendo una nueva decepción. Por poner algunos ejemplos, ahí están las recientes 30 días de oscuridad y Crepúsculo, dos obras con una concepción del vampiro radicalmente opuesta pero que igualmente acaban naufragando en terreno estéril. En una época en la que los vampiros están de moda, más que en ningún otro momento, con el auge de la saga de Crepúsculo en las librerías y de un buen número de series en televisión, nos llega de la fría Suecia una nueva propuesta cinematográfica, avalada nada menos que con el Méliès d’Or a la Mejor Película Europea de Género Fantástico, fallado en la pasada edición 2008 del Festival de Sitges. Ya desde los primeros compases de la película queda bien patente que nos encontramos ante un producto 100% europeo, alejado de los efectismos gratuitos tan propios de la industria norteamericana, de ritmo sosegado y sostenido por imágenes casi estáticas más que por diálogos o acción. Una vez aceptado su lenguaje narrativo, nos perdemos ante la maravillosa y unilateralmente inocente relación que se establece entre Oskar, ese niño de 12 años falto de atención paterna y con problemas de acoso en el colegio, y Eli, la vampiresa encerrada eternamente en un cuerpo de niña. Aquellos que busquen una versión infantilizada de la edulcorada Crepúsculo no hace falta ni que se acerquen al cine. Déjame entrar es una película tremendamente dura, con una dureza potenciada precisamente por poner a un niño en el centro de la ya de por sí cruda historia. Un niño cuya soledad parece llevarlo, en un camino sin retorno, a la locura, cuya única liberación parece consistir en coger un cuchillo y apuñalar en sus fantasías a todos aquellos que abusan de él, evidenciando que muy probablemente pueda llegar el momento en el que la fantasía deje paso a la realidad. Hasta que en su camino se cruza esa otra criatura patológicamente solitaria y, casi como si de un milagro se tratara, las dos soledades confluyen neutralizándose y emergiendo así una relación de dependencia y admiración mutua.

Pero por lo que triunfa absolutamente la película es por la excelente combinación de esta historia íntima de sus protagonistas con el imaginario y los cánones del vampirismo. Por muy tierna que se muestre Eli con Oskar, ésta no deja de ser un vampiro, y ello queda patente en numerosas escenas que sin duda podemos ensalzar a lo más alto dentro del cine vampírico. Entre ellas destacan todas y cada una de las escenas de caza, en las que el vampiro pierde toda su humanidad y se muestra como un animal depredador, la desgarradora resolución de la relación de Eli con su ¿padre?, y, por encima de todo, el momento al que parece hacer referencia la traducción española del título, esa escena en la que se nos muestra qué pasa cuando un vampiro entra sin permiso en un hogar, y que supone una de las secuencias más conmovedoras y escalofriantes que se han visto en años en el género fantástico. Y ya que hemos sacado el tema del ¿padre? de Eli, esa parte de la historia es también de lo más intrigante y la que más puede dejar pensando al espectador y le lleve a interpretar el sentido de la relación de Eli con Oskar de una forma u otra, y aventurar el destino de ese tren al que acaban de subirse.

Ya era hora de que nos viniera una película así, una película que hace verdadera justicia al vampiro. Sí, vamos a dejarla entrar, para que una vez dentro se coloque a la vera del Drácula de Coppola y Entrevista con el Vampiro, en cuya poderosa compañía no habrá de sentir vergüenza.

jueves, 16 de abril de 2009

Señales del Futuro

Es reconfortante comprobar que un director de la talla de Alex Proyas, autor de dos de las mejores cintas de cine fantástico de los años noventa como son El Cuervo (1994) y Dark City (1998), sigue en buena forma después de tantos años. Tras una correcta adaptación de los relatos de Asimov en Yo, Robot, lamentablemente deslustrada por la irritante presencia de un insoportable Will Smith, el mayor handicap de esta su última película parecía recaer de nuevo en la elección de su protagonista, el irregular Nicolas Cage. Por fortuna, el sobrino de Coppola se mantiene comedido, alejado de sus recurrentes histrionismos, y permite que la película fluya de forma natural. Diez años después de Dark City, el director egipcio vuelve a regalarnos una historia inquietante, por momentos bordeando sutilmente los límites del terror, todo ello situado en una atmósfera por completo opresiva y oscura, en la que las sombras parecen ocultar los peores terrores humanos. La mezcla de géneros permitida por la temática argumental supone uno de los grandes aciertos de esta película, puesto que en todos ellos Proyas se muestra cómodo y poseedor de una enorme efectividad. Sin ser, aparentemente, una cinta de terror, no serán pocos los momentos en los que el espectador se sienta atemorizado, especialmente cuando entran en escena esos oscuros personajes, heraldos de la destrucción, que nos pueden recordar a los ocultos de Dark City, los hombres grises de Momo, e incluso los propios Nazgul de El Señor de los Anillos. Por otro lado, podría etiquetarse a Señales del Futuro como cine de catástrofes, y también en este aspecto la película supone un importante triunfo, aunque bien es cierto que la intensidad de las tres catástrofes va en descenso, en claro contraste con la magnitud del evento. Con una situación tan cinematográficamente jugosa como esa última catástrofe, que no desvelaremos aquí, uno esperaba un mayor despliegue visual, una mayor recreación, y lamentablemente todo se queda a medias tintas, con una serie de planos geniales e ilustrativos, sí, pero en cierta medida insuficientes. Sin embargo, donde Proyas muestra su endiablada maestría es en la secuencia del accidente de avión, rodada al completo en un soberbio y complicadísimo plano secuencia que comienza con la caída del avión, y que se prolonga varios minutos, sin el menor corte de plano, durante las tareas de rescate llevadas a cabo por Cage, mientras no deja de haber explosiones por entre los restos del avión, con gente corriendo en llamas por el campo desolado. Toda una lección de cine con mayúsculas. Entre catástrofe y catástrofe, y especialmente tras la segunda de ellas, la historia transcurre más lentamente de lo que seria deseable, notándose cierto estiramiento argumental innecesario. Sin embargo, en sus compases finales, la película retoma el buen pulso del comienzo y se nos brinda un final largo pero intenso y ciertamente emotivo. Una vez nos es revelada la última predicción, o profecía, asistimos a un último giro argumental en el que el director decide mantenerse únicamente como un narrador sin intención de interferir en la interpretación de los hechos por parte del espectador, lo cual algunos verán como una muestra de elegancia y otros como una falta de posicionamiento. En todo caso, a pesar de que una de las posibles interpretaciones parece bastante más obvia, ciertos detalles visuales no dejan de ser agarraderos para todos aquellos que prefieran buscarle otra explicación. En definitiva, Alex Proyas ha firmado una de las sorpresas de la temporada. Tras un argumento en apariencia ya exprimido en el cine se esconde un auténtico fresco apocalíptico, poblado por situaciones intensas e imágenes dantescas que nos recuerdan lo insignificantes que somos los seres humanos para un universo infinito en el que todo ya ha pasado, y volverá a pasar.

jueves, 2 de abril de 2009

A ciegas (Blindness)


Adaptación del popular libro de José Saramago, “Ensayo sobre la ceguera”, la última obra de Fernando Meirelles (Ciudad de Dios) nos trae la historia de una sociedad que paulatinamente ve como cada uno de sus miembros, sin solución, va quedándose ciego de una forma inhabitual, abrumados por una blancura absoluta. La historia se centra en la supervivencia de un grupo heterogéneo de personas comunes, con el único lazo de unión de haber sido las primeras en haberse quedado ciegas, por lo serán recluidas en una institución psiquiátrica abandonada, con la imperiosa necesidad de adaptarse a su nueva situación con la merma del sentido en el que más confía el ser humano, la vista. Ciertamente se trata de una premisa muy interesante para poder desarrollar la evolución y el devenir diario de los mismos, que el director maneja con un ritmo pausado, adecuándolo al interés del espectador pero que desemboca en un final precipitado y poco desarrollado.

Esta reflexión sobre la condición humana, profunda e impactante en su versión homónima, llega al espectador de manera tamizada, con menos fuerza pero con igual impacto. Es difícil que al acabar de ver esta película cada uno no se pregunte de que pasta está formado el ser humano, capaz de soportar los mayores desagravios, vejaciones y humillaciones, y al mismo tiempo ofrecer una solidaridad y empatía inacabable. Mucha de la culpa de esta sensación final hay que agradecérsela al plantel de actores, encabezados por una fantástica Julianne Moore, que le dota de verosimilitud a cada escena nos identifica con la situación de unas personas normales que de repente se tienen que adaptar a una nueva condición personal en un mundo que ha suprimido cada una de las reglas morales establecidas en pos de la supervivencia de cada uno de sus habitantes.

Es destacable el trabajo de adaptación de una obra tan difícil y personal, con algunos apartados más discutibles como el abuso de los blancos y el exceso de luminosidad, que llegan a resultar incluso molestos, y la demasiado recurrente voz en off, recurso sobre explotado en el cine americano que apuesta por desmenuzarnos y entregarnos cada mensaje en una bandeja de plata, en vez de permitirnos masticarlo personalmente y sacar todo su jugo. Fernando Meirelles nos brinda una obra cerrada y sólida, pero falta de fuerza y profundidad, que tanto puede impactarnos en lo más recóndito de nuestra conciencia como dejarnos indiferentes al respecto, al gusto de la predisposición del consumidor. Ojalá hubiéramos podido ver la primera versión de la película, rechazada por su dureza y efecto en los espectadores y descubrir si es cierto que cada vez más queremos mantener a nuestras conciencias vírgenes de la realidad, posible, e incluso probable.

En resumen, se trata de una obra firme pero no redonda, que seguramente guste a los que no hayan leído el libro original y decepcione un poco a los que sí. Si se puede hacer una recomendación, id a ver antes la película y a continuación leed el libro, como en cualquier adaptación literaria podríamos decir.

miércoles, 1 de abril de 2009

El desafío: Frost contra Nixon


A mí Ron Howard, el director de El desafío: Frost contra Nixon, casi siempre me ha parecido un sosainas. Sus películas carecen de la fuerza necesaria como para que consiga implicarme en la historia que nos cuenta. Con excepciones bastante dignas, caso de Willow, Apolo 13, Una mente maravillosa, Cinderella Man, y la que ahora nos atañe. No espero mucho de su siguiente aportación al celuloide, la adaptación de la secuela de la sobrevaloradísima obra literaria de Dan Brown, El Código Da Vinci (una película insulsa y aburrida a más no poder), y que se titula Ángeles y Demonios.
El desafío: Frost contra Nixon
, es sin embargo una película entretenida, más allá de lo que pueda esperarse, tanto por la autoría del film, como por el tema tratado, para quien no esté muy interesado en saber quién era el segundo presidente norteamericano más abucheado después de George Bush. Debo reconocer que esta fue una de esas ocasiones en las que agradecí meterme en la sala con la incómoda incertidumbre de cómo iba a sobrellevar las dos siguientes horas. Fue una grata sorpresa, tanto en contenido como en forma la película superó con creces mis expectativas, infundadas, todo hay que decirlo, ya que el film cuenta con la presencia del siempre excelente secundario Frank Langella, y el no menos excelente Kevin Bacon. Por otro lado la película, y su director han sido nominados tanto en los premios Globos de Oro, como en los Oscar 2008.
La película se basa en un texto teatral, Ron Howard adapta la obra de Peter Morgan, que gira en torno a unas entrevistas que el periodista David Frost le hizo al presidente Nixon. Por tanto nos hallamos ante un film en el que priman los diálogos frente a la acción. Las entrevistas tuvieron lugar tras el mandato del presidente Nixon, que dimitió a causa del escándalo Watergate, y en ellas el ex presidente confió para poder retomar la carrera política perdida, ganándose a los televidentes, seguro de ganar el duelo ante las cámaras porque no veía en el periodista David Frost un inquisidor al que temer. El actor Michael Sheen hace bien su trabajo interpretando a Frost, pero la sombra interpuesta de Langella/Nixon hace que todos nos sintamos identificados con la propia pequeñez de quienes participan en la contienda televisiva, tan magnética es la caracterización del actor (ni tan sólo los más acérrimos detractores del ex presidente, en la ficción, pueden evitar darle la mano cuando por vez primera se topan cara a cara con él) Destaca la presencia de Kevin Bacon, en el papel de Jack Brennan, admirador incondicional del ex presidente, que lo sigue a todos lados, y que sufre por las consecuencias que se puedan derivar de tan incómodas e imprevistas confesiones televisivas. El actor Langella consigue que veamos al Nixon hombre, con sus mentiras y sus ambiciones, sus debilidades, más allá de la mera caricatura que nos llega a través de los medios. En la película Nixon se pregunta cómo alguien como él, que no es capaz de caer bien a la gente, fue capaz de embarcarse en la farándula política, donde la vida social es tan imperante. La vida está llena de contradicciones, desde luego, es la ambigüedad de la que nos habla la película, aunque no en lo fundamental, cuidado, porque Nixon hizo lo que hizo y a los hechos hay que remitirse; en esa ambigüedad radica la excelencia de una película que nos habla también de los retos y la voluntad, capaces de superar los más estrechos prejuicios clasistas de una sociedad que te impone desde niño qué puedes o no puedes hacer. Nixon llegó a presidente, y Frost, un periodista que, como muchos hoy en día, se acerca más a la figura del showman televisivo que a la del periodista verdadero, fue capaz finalmente de tomarse en serio la profesión y dar el todo por el todo de manera rigurosa, e inesperada.
No pienso que Ron Howard vaya a regalarnos muchas más películas como esta última, su sobriedad, a veces insulsez, denotan una evidente carencia de autoría fílmica, siempre a la sombra de su mentor Steven Spielberg. Esta vez Ron Howard ha tenido la buena fortuna de contar con un excelente libreto, que cualquiera sabe cómo ha ido a parar a sus manos, y por supuesto, unas interpretaciones sobresalientes.