domingo, 14 de diciembre de 2008

El caballero oscuro, o el efecto Lucifer - 2ª parte


A través de los resquicios que asoman por entre la acción uno adivina que hay algo más, la insistencia de Batman no es vana, pues de hecho, él más que nadie persigue al héroe que cada uno de los ciudadanos de Gotham puede llegar a ser, y poder así desechar la máscara, retirándose definitivamente de las calles de Gotham. No es raro hoy en día que, sobre todo entre los ávidos lectores de comics, exista la creencia de que dado que los héroes tienen superpoderes sólo éstos pueden combatir al mal, dándose el gustazo de ser héroes. Pero eso no es del todo cierto, con las evidentes diferencias que hay respecto de las fantasías de la mayoría de éstos. El caballero oscuro ahonda en el asunto cada vez que aparecen en escena Harvey Dent, Rachel, Alfred, o el comisario Gordon. Porque estos cumplen la función del ciudadano medio que debe rechazar día a día el mal que los acecha, sin tener que recurrir a las artimañas del hombre murciélago, y sin una máscara que oculte su rostro. Un heroísmo más prosaico por lo general, pero que puede sortear exitosamente los caminos de transformación en el carácter.
El efecto Lucifer se manifiesta a través de siete procesos, que son: primero el dar mecánica y estúpidamente el primer pequeño paso, cometiendo pequeños males. Segundo deshumanizando a los otros, como pueda ser el hecho de excusar las malas acciones con la ausencia de respeto o el desprecio total hacia los demás, ya sea por racismo, clasismo, elitismo, o lo que uno quiera inventar para justificarlo a uno mismo. Tercero, desindividualizarse, creando el anonimato, al ponerse uno una máscara, y que en el caso de la policía de Gotham abre las puertas de la corrupción, del mismo modo que los soldados en Abu Ghraib aplicaron la tortura a los prisioneros de guerra respaldados por la autoridad, lo que nos lleva al cuarto proceso, difuminar la responsabilidad personal, la del soldado que sigue las órdenes de un superior mediante la ciega obediencia a la autoridad. El comisario Gordon resiste al efecto Lucifer, no dejándose nunca atrapar por la tolerada corrupción silenciosa que lo rodea, esto sucedía, sobre todo, en la primera entrega de Batman. Quinto, mediante una conformidad carente de autocrítica hacia el grupo y las normas. Sexto, a través de la tolerancia pasiva hacia el mal, mediante la inacción, o la mera indiferencia, Rachel y Harvey Dent como abogados comprometidos, encarnan todo lo contrario, aunque lamentablemente, al final, Harvey Dent sucumba al efecto Lucifer, dando paso al nuevo villano, Dos caras. Y séptimo y último, frente a nuevas situaciones, o frente a lo nuevo, cuando el bien da paso al mal.
El caballero oscuro, representa más que ninguna otra película del género, la lucha no contra el mal, sinó contra el mismo efecto Lucifer, de hecho el Jócker hará todo lo que esté en sus manos para conducir a los buenos hacia el mal, y por eso mismo la victoria del Jócker, en el colmo de su cinismo, no consistirá únicamente en conducir a los demás a la destrucción y a la muerte, sino que vencerá cuando los demás sucumban al mal. El gran acierto de Christopher Nolan radica en haber compuesto un imbricado de relaciones, donde las decisiones de unos afectarán las de los demás, volviéndose incluso más doloroso en el caso de Batman, que ostenta una posición de poder, físico, y que debe sufrir las consecuencias nefastas de las decisiones equivocadas.
Nolan dejó claro desde la primera película sobre el hombre murciélago cuáles eran los derroteros por los que pensaba discurrir la narración, apartándose de la caricaturesca estética de las anteriores y nefastas versiones cinematográficas, con las excepciones aportadas por Tim Burton, sobre todo la primera de las mismas. No voy a entrar ahora en comparaciones, lo que es inútil, por la excesiva diferencia, y al respecto reseñaré que igualmente resulta cansino intentar defender una y otra vez cuál de los dos Jóckers cinematográficos puede ser considerado como más acertado. Si nos atenemos a los cómics tal vez el asunto no quede claro, pero para Nolan la fidelidad al cómic importa poco mientras los personajes reflejen los conflictos que verdaderamente le importan. El Jócker de Nolan no es ni mejor ni peor, es llanamente coherente con la propia filosofía interna orquestada por él mismo. Aquí los héroes y los villanos giran en torno de la pátina realista con que envuelve a la historia, aunque a veces idealizada, buscando claramente confrontar el cinismo asesino del Jócker con las esperanzadoras posibilidades del ser humano al ser tentado, como sucede en el episodio donde los pasajeros de dos ferrys se ven obligados a tomar una desastrosa decisión para salvar la vida, y con un desenlace tal vez en exceso optimista, pero cuyo mensaje deja en evidencia al Jócker. El realizador de Memento, supo distinguir desde el principio cuáles eran los verdaderos males que afectaban al universo de Batman, separando muy acertadamente a los villanos disposicionales, las llamadas manzanas podridas, como el Jócker, de los villanos situacionales, influídos externamente y que se hallan dentro del barril corrupto, y de los villanos sistémicos, cuya influencia, legal, política, económica, dan origen a los barriles corruptos. Rachel se lo dejó claro a Bruce en la primera entrega de la serie, y éste aprendió a separar a unos y otros, combatiendo preferentemente a tipejos como Falcone, y policías y jueces corruptos, en detrimento de otros asesinos que, como Joe Chill, campan a sus anchas por la ciudad gótica, arrepentidos, tal vez, por los crímenes cometidos. Porque en el Batman de Nolan, el verdadero enemigo habita potencialmente en cada uno de los personajes, que hacen de su comportamiento algo bueno o cruel, compasivo o indiferente, creativo o destructivo, y que los eleva a la categoría de villanos o de héroes.

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