lunes, 9 de febrero de 2009

El Curioso Caso de Benjamin Button (Crítica 2)


Llegará un día, dentro de mucho tiempo, en el que alguien mucho más joven que vosotros os preguntará: “¿Quién es Benjamin Button?”. Será entonces cuando esbozaréis una sonrisa de puro orgullo y contestaréis: “Yo estuve ahí. Yo estuve ahí el día en que Benjamin nos contó su historia por primera vez”. Iréis a buscar corriendo vuestro DVD, o Blu-Ray, o cualquiera que sea el formato que entonces se use y os sentaréis con él a disfrutar, una vez más, de la memorable historia de Benjamin Button. Pero vuestra atención se desviará con facilidad de la pantalla para centraros en el rostro de ese pequeño mientras contempla embelesado la película. En sus facciones reconoceréis todos los sentimientos transmitidos por la historia, el cariño hacia Benjamin, el amor entre Benjamin y Daisy, la impotencia frente al imbatible destino, y recordaréis todo lo que sentisteis muchos añas atrás, cuando la luz se desvaneció de la sala, y con ella cualquier cosa que no estuviera relacionada con el curioso caso de ese hombre llamado Benjamin Button. La magia del cine brilla con todo su esplendor en esta nueva obra del no menos brillante David Fincher, a día de hoy uno de los directores con un currículum más ejemplar. Benjamin Button es la bofetada que todos los espectadores nos merecíamos por haber asumido que el cine es únicamente mero entretenimiento, una bofetada que nos devuelve a la orígenes del cine y que nos recuerda que un día Hollywood fue conocida como la Fábrica de Sueños. Porque de sueño se puede calificar a esta cinta, un sueño de puro realismo mágico, en el que todos los detalles están cuidados al milímetro, todas las emociones y reacciones perfectamente estudiadas, conformando una realidad tal que la imposibilidad de la enfermedad de Benjamin siquiera asoma.

Minuto a minuto, la cinta transcurre a un ritmo exagerada y deliberadamente lento, como año a año transcurren las propias vidas que retrata. No hay lugar aquí para golpes de efecto, giros de guión ni subidas de ritmo innecesarias. Y no nos importa, puesto que lo único que deseamos es seguir en compañía del entrañable Benjamin durante todos los años que nos sea posible. Y es que, sin ningún género de duda, el personaje interpretado con brillantez por Brad Pitt ha pasado ya mismo y por derecho propio a la historia del cine. Y aunque su sola presencia ya bastaría para llenar de forma satisfactoria las cerca de 3 horas de metraje, su vida, como la de cualquiera de nosotros, se entrecruza en compleja maraña con las de muchos otros personajes singulares, que aún apareciendo durante escasos minutos reales están tan bien caracterizados que al acabar la película tenemos la sensación de que los conocemos mucho más que a los protagonistas de la mayoría de películas que podamos haber visto antes. Entre todos los personajes que acompañan a Benjamin en su largo recorrido vital destaca, por supuesto, Daisy Williams, no ya sólo por su importancia en la historia, sino por la aplastante interpretación de una Cate Blanchett que con su feérica belleza y su omnipotente presencia te deja literalmente congelado en la butaca.

El mundo gira bajo Benjamin Button, rejuveneciendo mientras todos a su alrededor envejecen. El peso del envejecimiento cae sobre nosotros mientras contemplamos como aquellos que un día estuvieron llenos de vitalidad y hermosura ceden sin opción al peso de la edad. Y es cuando nos damos cuenta que el destino de Benjamin es, a fin de cuentas, el mismo que el de todos nosotros, que tampoco él se libra del paso del tiempo, por mucho que sus manecillas sigan girando hacia atrás. A partir de este instante se desmontan por completa todos los esquemas narrativos mantenidos hasta el momento y la cinta se precipita frenéticamente, escena a escena, año a año, hacia ese ineludible destino final, alcanzando una intensidad dramática desorbitante. No hay tregua. No hay compasión. No hay tiempo apenas para asimilarlo. Cuando se encienden las luces necesitamos esos minutos de asimilación antes de poder levantarnos. Para poder asimilar todas esas vidas. Para poder asimilar todas esas muertes. Y para poder asimilar, y celebrar, que el cine sigue siendo una mágica fábrica de sueños, y mientras los sueños no tengan fin, el camino será ilimitado.

Ficha IMDB

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