miércoles, 18 de febrero de 2009

Cine versus literatura


Hace pocos días me vino a la mente a raiz de un comentario la extraña y a veces recurrente idea de que aquellas personas que se autodenominan como “amantes del cine” no comparten sin embargo el mismo entusiasmo por la literatura en general. ¿Es eso cierto? La idea me hace cavilar, sólo un breve instante, y decido como excusa escribir un brevísimo artículo, donde con unos pocos ejemplos, se pueda hacer un recordatorio de lo que ha sido y es la literatura con respecto al cine. La generalización es inútil, porque la “literatura basura”, como la comida y el cine basura, abunda por igual.
El escritor Graham Greene decidió escribir la novela de su conocida obra El tercer hombre antes de poder enfrentarse de forma coherente con el guión cinematográfico de la película protagonizada por Orson Welles a finales de los años cuarenta. Greene reelaboró y co-escribió el guión junto a Alexander Korda. Al escritor la película le gustó más que la novela, incluído su final, que difería de la novela. Hoy día El tercer hombre es considerado un clásico de la literatura.
¿Hay alguien que al leer la novela de Mario Puzzo, El Padrino, sea capaz de no pensar en Marlon Brando cuando se menciona al gran jefe? Esta novela que nos habla de una familia perteneciente a la mafia siciliana y que está asentada en Nueva York, fue publicada en una de las grandes editoriales de Norteamérica. La novela de Puzzo y su Corleone parecen estar ya para siempre unidos a la imagen que del personaje nos mostró el actor Marlon Brando, y en la memoria de quienes recuerdan el film de Coppola, nadie puede dejar de ver a Al Paccino en el papel de Michael Corleone. Ambas aproximaciones a la historia de los Corleone van cogidas de la mano.
El éxito de Navokov con su obra Lolita tiene algo que ver con la adaptación cinematográfica que llevó a cabo Stanley Kubrick en 1962, cuyo guión desarrolló también el propio escritor. A Navokov la película le gustó, parece ser, aunque muchos otros dijeran que el film estaba muy por debajo de la obra literaria.
Elia Kazan llevó al celuloide por vez primera la obra teatral Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams, escritor influido por Faulkner, de alargada prosa y densa y meticulosa carga emocional. La película de Kazan ha grabado en nuestras retinas la imborrable pincelada visual de Marlon Brando y Vivien Leigh.
Si bien el tratamiento difiere, ya que son dos medios distintos, la gran obra maestra de Stanley Kubrick, 2001, una odisea del espacio, sufrió un proceso a la inversa, esto es, el guión precedió a la novela. Arthur C. Clarck empezó a escribir la novela tras haber realizado la primera escritura del guión. El mismo guión fue modificándose a medida que la película tomaba forma, y Clarck hizo uso de todo el material que había para concluir su novela, sin que la película viera aún la luz. Este último es un claro ejemplo de la simbiosis a la que se puede llegar en el tratamiento literario de la obra filmada, y viceversa.
Cada vez más los escritores modernos parecen desarrollar sus novelas pensando que éstas puedan ser trasladadas a la gran pantalla. A bote pronto pienso en Dan Simmons, que me parece un gran narrador, y al mismo tiempo yo diría que es un escritor muy cinematográfico. Creo que la obra literaria pueda verse más afectada en el trasunto conciliador de ambos medios. No digo que tanto la literatura como el cine deban prostituirse, pero lo que sí está claro es que nunca, que yo sepa, ha sido algo definitorio el ser amante de una cosa para no serla de la otra al unísono, y de más cosas, evidentemente. Con la excepción del fenómeno “gafapasta” como se dice, y como se “mal dice”, pero eso nos llevaría ahora por otros derroteros. El pensamiento exclusivista lleva a algunas personas a renegar del cine, o parte de él, porque lo consideran un subgénero, tal vez por encima del injustamente despreciado “subgénero del cómic, o novela gráfica, como se denomina ahora”
Para terminar, te recomiendo a ti lector que veas la película Barton Fink, película estadounidense rodada por Joel y Ethan Coen en 1991. La película nos sitúa en Los Ángeles de 1941, allí un joven escritor intelectual deberá escribir un guión para una película de Hollywood, pero no consigue terminarlo, porque sufre una desastrosa e inoportuna sequía creativa.

No hay comentarios: