domingo, 8 de febrero de 2009

El curioso caso de Benjamin Button (Crítica 1)


La mirada de alguien que ve el mundo del revés y se empecina en no encerrarse en obtusos convencionalismos nos fascina. El director David Fincher, nos lleva de la mano a lo largo de ciento sesenta y siete minutos en los que se nos narra la curiosa vida de Benjamin Button, un hombre que le lleva la contraria al imparable tiempo, rejuveneciendo con el paso de los años. La nueva película del director norteamericano es un asombro, una maravillosa meditación sobre la muerte; la mirada de Benjamin Button es la extraordinaria y melancólica contemplación de la futilidad de las preocupaciones que nos asaltan a lo largo de nuestra corta existencia. A veces aterradora la película me ha parecido más una oda a la insignificancia, la “pequeñez” de los compromisos y relaciones entre las personas que se quieren o se aman, que una poesía a la vida en sí. No te engaño, yo no digo que esté del todo de acuerdo con el escritor F. Scott Fitzgerald, cuya obra ha adaptado el guionista Eric Roth, de hecho creo no estarlo, y tampoco quiero caer en el melodrama cuando conscientemente pienso en lo agridulce que resulta en ocasiones la vida. La vida de Benjamin Button es la vida despojada de ruido, la síntesis profunda de aquellos momentos que, encadenados, han conformado el lienzo vital de su existencia. El amor de Benjamin Button, un desconocido Brad Pitt, por Daisy, una siempre excelente Cate Blanchett, nos habla precisamente de la algo deprimente finitud de las cosas, porque uno desearía detener el tiempo y perpetuar aquellos momentos en los que somos más felices, y son precisamente esos momentos los que pasan luego a ser los recuerdos del futuro; recuerdos en los que hallamos refugio cuando la vida nos golpea. La idea de dos personas que se aman y cuyas vidas discurren por separado magnifica el amor de ambos, lo hace trágico, sí, pero es que incluso cuando no es así y seguimos la historia con una sonrisa en la cara, la película tiene que darnos un toque de atención y obligarnos a pensar eso de que “lo que Dios nos da, Dios nos lo quita”, porque de nada sirve aferrarse a algo finito; el tiempo en su más grotesca ironía puede incluso borrar esos recuerdos, una de las mayores jugarretas del correr del tiempo. Benjamin Button encarna por la curiosa anomalía que padece la expresión pura del paso de los años. Uno siempre está a tiempo de cambiar su vida, de volver a empezar, de descubrir cosas nuevas, todo cambia, nada perdura, todo perece.
Esta película es exuberantemente lírica, técnicamente se funde a la perfección con la tranquila narrativa de Fincher. Nada de movimientos de cámara imposibles sobre escenarios digitales a los que nos tiene acostumbrado este interesantísimo director. Los efectos especiales me han parecido sorprendentes de puro invisibles. Algunas de las secuencias son memorables, los momentos, como en la vida misma de Button, son muchos, y se van hilvanando a lo largo de la historia de modo que abandonamos la sala agradecidos por tan espléndidos recuerdos, olvidándonos del "ruido" inadvertido, tal vez un metraje algo excesivo para quienes han disfrutado menos con la nueva fábula de Fincher.

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